La noche en Nueva York parecía hecha a medida para Gabriel y Ava.
El cielo estaba despejado, salpicado de estrellas tímidas que competían con las luces de la ciudad más vibrante del mundo. El viento soplaba suave, casi como un susurro.
Gabriel, de alma ligera y sonrisa encantadora, caminaba junto a Ava por la orilla del Brooklyn Bridge Park. Llevaba el blazer azul marino desabrochado, las manos en los bolsillos y ese aire despreocupado que lo hacía irresistible. Ava, con su porte firme y mirada analítica, avanzaba a su lado con pasos elegantes. Su gabardina beige realzaba su postura decidida. Era una mujer de convicciones, pero había algo en la forma de Gabriel que la desarmaba sin esfuerzo.
—Esta ciudad no deja de sorprenderme —dijo Gabriel, mirando al horizonte—. Pero hoy… tú eres mi atracción turística favorita.
Ava lo miró de reojo con una sonrisa sutil.
—Eso fue cursi. Aunque admito… un poco tierno.
—¿Un poco? —fingió indignación—. Te juro que en Brasil esto sería digno de un Ósc