Era el final de la tarde cuando Thor entró en el ascensor de su ático. El día había sido agotador pero, como siempre, lo único que deseaba era llegar a casa y ver a Celina. Cuando las puertas se abrieron, doña Cortez, siempre atenta, salía de la cocina y le sonrió al verlo.
—¿Todo bien, hijo? —preguntó con cariño.
—Todo sí, señora Cortez —respondió Thor, depositando un beso ligero en la coronilla de ella—. ¿Y Celina? ¿Cómo pasó el día?
—Llegó, almorzó y desde entonces está encerrada en el despacho. Le llevé una merienda hace un rato, pero hoy estaba muy callada —comentó Cortez, con una mirada preocupada.
Thor asintió y se dirigió directo al despacho. Golpeó suavemente la puerta y la abrió con cuidado. Celina estaba sentada en la butaca, abrazada a uno de sus cuadernos de notas.
—¿Vida? —la llamó en voz baja.
Ella sonrió levemente al verlo.
—Hola, amor.
—¿Cómo fue tu día? —preguntó él, acercándose.
—Me hice los análisis, luego pasé por el IMS, tomé un café en el Balaio y visité la expo