Celina vio ese abdomen definido y musculoso brillando con las salpicaduras de agua. No pudo evitar mirarlo. Era guapo. Demasiado guapo para la situación en la que se encontraba. Y eso... eso era extraño.
Se levantó, todavía aturdida, y notó que tenía el hombro enrojecido. Dio un paso hacia él, preocupada, pero tropezó con la pata de una mesita antigua que había en la habitación. Antes de que pudiera caer, él la sujetó con firmeza. Sus ojos oscuros la observaban con atención, estudiando cada detalle de su rostro. Celina lo miró fijamente durante unos segundos. Había algo en ese hombre que la intrigaba. Un magnetismo silencioso y peligroso. Quizás fuera la bebida. Quizás la desesperación. Entonces, él la besó. Un beso posesivo, intenso, como si quisiera devorarla por completo. El ambiente entre los dos se caldeó y Celina le correspondió. Ella deseaba ese momento tanto como él. Ella interrumpió el beso, jadeando. — Esto no puede pasar... es una locura. Ni siquiera sé quién eres. Ni tu nombre... — Yo tampoco sé el tuyo —respondió él, volviendo a besarla con aún más intensidad. Entonces Celina dijo: — ¡Te deseo! — ¿Estás segura? —dijo él, con voz ronca, contra su piel. Celina cerró los ojos y sonrió con un lado de la boca. — Puedes estar tranquilo. Soy adulta, no estoy borracha y sé exactamente lo que estoy haciendo. Él la observó por un momento y luego sonrió satisfecho. — ¡Genial! Sus dedos se deslizaron por el cuerpo de Celina hasta encontrar la cremallera del vestido. Lentamente, la bajó, dejando que la tela se deslizara por sus curvas hasta caer en un círculo de seda alrededor de sus pies. Ella no estaba desnuda. Debajo del vestido llevaba lencería de lujo, un conjunto de encaje negro que delineaba perfectamente sus curvas. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su piel expuesta, como si estuviera ante una visión celestial. — ¡Eres preciosa! Celina sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Él sabía exactamente qué decir, como si cada palabra hubiera sido meticulosamente elegida para hacerla sentir deseada. Y funcionaba. Con un movimiento firme, la atrajo por la cintura, pegando sus cuerpos. Entonces, sin previo aviso, tomó sus labios en un beso que hizo temblar su estructura. Era intenso, profundo, apasionado. Celina sintió que las piernas le fallaban cuando él profundizó el beso, dominando cada espacio, cada sensación. Sus dedos recorrieron su espalda desnuda, sujetándola con firmeza antes de levantarla en brazos. Instintivamente, ella cruzó las piernas alrededor de su cintura, sintiendo la fuerza y el calor de su cuerpo contra el suyo. Él sonrió contra sus labios. —Sé ser gentil —susurró. Con pasos firmes, la llevó hasta la cama en el centro de la habitación y la acostó con cuidado sobre las sábanas. Allí, bajo la penumbra de las luces de la ciudad y arrullados por el deseo, se entregaron al placer con lujuria e intensidad. En un momento dado, él le acarició la cara y le dijo: — ¿Por qué tú? ¿Por qué, de todas las mujeres que han pasado por mi cama, tú eres diferente? A Celina le extrañó oírle decir eso, pero se estremeció, sintiendo un escalofrío recorrer su piel. Él deslizó la mano por su rostro, acariciándola con suavidad. Luego la besó, un beso que le hizo temblar las piernas, un beso que le quemó la piel y le dejó sin aliento. Y luego le susurró al oído, con esa voz ronca y cargada de deseo: — Me vuelves loco, ¿sabes? Volvió a besarla, y los dos se entregaron de nuevo de forma apasionada. No existía nada más. Ningún dolor. Ninguna traición. Solo el instante. La claridad atravesaba la ventana, filtrando la luz del amanecer e iluminando suavemente el ambiente de aquella habitación. El cielo de São Paulo exhibía tonos anaranjados mezclados con el azul suave del comienzo de la mañana, y la ciudad comenzaba a despertar bajo ella. Celina se despertó lentamente sintiéndose desorientada, con la cabeza palpitando. La bebida de la noche anterior aún hacía efecto. Parpadeó varias veces tratando de situarse. Giró lentamente la cabeza hacia un lado y sintió que su corazón se saltaba un latido. Vio a ese hombre durmiendo profundamente a su lado. Su amplio pecho subía y bajaba con una respiración lenta y tranquila. La sábana cubría la parte inferior de su cuerpo, pero dejaba al descubierto la piel caliente y tatuada de su brazo, descansando bajo la cabeza en un gesto despreocupado, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Incluso dormido, emanaba un aura intensa, casi peligrosa. Celina tragó saliva, sintiendo un torbellino de emociones a la vez. Se sentó rápidamente en la cama, sujetando la sábana contra su cuerpo, como si necesitara desesperadamente una barrera entre ella y la noche anterior. —¿Qué he hecho? —susurró muy bajito. Su corazón latía con fuerza. Intentó recordar cada detalle, forzando su mente a recuperar los fragmentos de la noche anterior, pero todo parecía envuelto en una confusa niebla. Recordaba estar en el bar, el accidente, la tensión entre ellos, las palabras seductoras de aquel hombre, el deseo creciente. Labios cálidos explorando su cuerpo. Respiraciones pesadas mezcladas con la penumbra. El toque firme de manos hábiles recorriendo su piel. Después de eso... flashes inconexos, todo era una maraña de fragmentos confusos. El pecho de Celina subía y bajaba con fuerza. Nunca había hecho algo así antes. Nunca. Se pasó la mano por la cara, sintiendo la piel caliente. — Dios mío... ¿qué locura ha sido esta? El susurro escapó de sus labios, cargado de culpa y desesperación. Con cuidado, deslizó la sábana alrededor de su cuerpo y se sentó en el borde de la cama. Sus pies tocaron el suelo frío, despertándola aún más a la realidad. Se levantó lentamente y caminó hacia la ropa esparcida por el suelo. Sintiendo que le ardía la cara, lo recogió todo rápidamente y entró en el baño, encerrándose allí dentro. Apoyó las manos en el lavabo y levantó la mirada hacia el espejo. El reflejo la miró como un cruel recordatorio de la noche anterior. Sus ojos verdes estaban marcados por el cansancio, el pintalabios rojo se había desvanecido de sus labios y su cabello estaba ligeramente despeinado. —Mírate, Celina —susurró para sí misma, con voz temblorosa—. ¿Qué has hecho con tu vida? Celina sintió un nudo en la garganta. El silencio del baño se hizo eco de su pregunta sin respuesta. Se vistió rápidamente, evitando mirarse demasiado en el espejo, ignorando la opresión en el pecho. No quería volver a ver a ese hombre. No quería hablar, no quería prolongar esa mañana incómoda. Solo quería irse. Abrió lentamente la puerta del baño, espiando para ver si él seguía durmiendo. Sí, seguía tumbado, durmiendo. Incluso durmiendo, había algo en él que emanaba peligro. Un misterio que ella nunca desentrañaría. Y quizá fuera mejor así. Celina sacó un trozo de papel de su bolso y garabateó un mensaje con su letra apresurada: «Esto es suficiente para pagar el hotel». Dejó la nota sobre la mesita junto a la cama, respiró hondo y salió de la habitación en silencio, llevando los zapatos en las manos. Por cruel que fuera, la realidad la esperaba fuera. Era hora de afrontar su propia vida de nuevo. Sola.