Celina aparcó el coche en el garaje de la mansión y se quedó allí unos instantes, respirando profundamente. Las manos aún le temblaban sobre el volante y su mente era un torbellino. La noche anterior parecía un borrón, un sueño, o tal vez una pesadilla.
Bajó del coche con pasos vacilantes y entró en la casa en silencio. La mansión estaba sumida en la oscuridad, solo algunas luces de presencia iluminaban discretamente el camino hasta el dormitorio. Subió las escaleras lentamente, con el corazón acelerado. Le latía fuerte la cabeza, reflejo de la bebida y de la intensa madrugada que había pasado. Cuando empujó la puerta de la habitación y entró, encontró todo a oscuras. Suspiró aliviada, pensando que podría acostarse e intentar olvidarlo todo. Pero entonces, un suave clic resonó en la habitación. La luz de la lámpara junto al sillón se encendió y Celina contuvo un grito al ver la silueta de César sentado allí, esperándola. Sus ojos estaban sombríos, su rostro rígido, con una expresión de puro odio. —¿Dónde pasaste la noche? —su voz cortó el silencio como una navaja afilada. Celina se quedó paralizada. Su pecho subía y bajaba con la respiración acelerada. Entonces, levantó la barbilla, tratando de recuperar el control de la situación. — No te debo explicaciones. Se giró hacia el baño, pero antes de que pudiera dar un paso más, sintió una mano fuerte agarrarle el brazo con violencia. El impacto hizo que su cuerpo girara bruscamente, y ahora estaba frente a César, viendo de cerca la furia en sus ojos. — Te lo voy a preguntar otra vez, Celina. ¿Dónde pasaste la noche? El dolor en el brazo era intenso, pero Celina se negaba a mostrar ninguna debilidad. Entonces, con pura burla, levantó las cejas y sonrió de lado. — Ah, ya entiendo... Solo tú puedes divertirte con tu amante, ¿no? La mandíbula de César se contrajo y los dedos de su brazo apretaron aún más. — ¿Ves este cuerpecito? —continuó ella, provocadora—. Otros hombres también lo desean. Fue la gota que colmó el vaso. Su mano se levantó en un movimiento rápido y brutal. La bofetada resonó en la habitación. Celina sintió el impacto desgarrarle la piel y cayó sentada al suelo, aturdida. Le ardía la mejilla y los ojos se le llenaron de lágrimas involuntarias. —¡Zorra! —gruñó César, con voz cargada de asco y desprecio. Ella se llevó la mano a la cara, sintiendo cómo le latía la piel. Sus miradas se cruzaron. Él rebosaba odio. Ella, dolor e incredulidad. César metió la mano en el bolsillo del pantalón con calma calculada y sacó el móvil. Sin decir una palabra, desbloqueó la pantalla, abrió un vídeo y extendió el dispositivo hacia Celina. — ¿Reconoces esto? En la pantalla, se vio entrando en un hotel sencillo. La imagen temblaba ligeramente, pero era lo suficientemente nítida. Un hombre caminaba a su lado. Su rostro, su cuerpo... era innegable. Era ella. Celina palideció. Sintió que el suelo se le escapaba bajo los pies. — ¿De dónde has sacado este vídeo? —preguntó con voz temblorosa. César arqueó una ceja, con expresión dura. — No importa de dónde. Lo que importa es lo que has hecho, Celina. Hizo una pausa en el momento exacto en que ella cruzaba la puerta con el hombre. El silencio que siguió fue ensordecedor. — ¿Y luego vienes a juzgarme? Te juro por todo lo que hay que jurar que solo no te mato porque mi carrera vale mucho más que tu vida —espetó, con los ojos chispeantes. Celina contuvo la respiración. — El apellido Brown tiene demasiado peso como para que lo manche una zorra como tú. Ella tragó saliva, sintiendo cómo cada palabra la cortaba como una navaja afilada. Las lágrimas ahora corrían sin control. — Voy a acabar con tu vida —dijo él, dando un paso adelante—. No eras nadie cuando te conocí. Solo una secretaria sin familia, sin futuro, sin nada. Todo lo que tienes hoy es porque yo te lo di. Celina tragó saliva, sintiendo cómo cada palabra la cortaba como un cuchillo. César la agarró por los brazos, obligándola a levantarse. —Quiero el divorcio. ¡Vas a salir de esta casa! —gritó, escupiendo las palabras con odio. Con un movimiento brusco, la soltó y Celina cayó sentada en la cama. El sonido de la puerta cerrándose con fuerza hizo temblar toda la habitación. Ella se quedó allí, inmóvil, con la cara ardiendo y el corazón destrozado. Y, por primera vez desde que descubrió la traición, lloró hasta quedarse sin fuerzas. Celina pasó todo el día en la habitación. Al final de la tarde, sintió el cuerpo pesado, como si llevara el peso de todas las humillaciones que había sufrido en los últimos días. Lo que César le había hecho no era solo una traición. La había destruido. Al día siguiente, Celina apenas notó la diferencia entre la noche y el día. El dolor en su rostro seguía ahí, un cruel recordatorio de lo que había sucedido. Pero algo dentro de ella había cambiado. Tumbada en la cama, mirando al techo, se dio cuenta de que César tenía razón en una cosa: ya no le quedaba nada. Pero eso no significaba que no pudiera empezar de nuevo. Entonces, respiró hondo, se secó las lágrimas y se levantó. Celina apareció por sorpresa en casa de Tatiana, con los ojos cansados y la voz vacilante. — Tati, yo... necesito un trabajo. Tatiana frunció el ceño, sorprendida por la repentina petición. Pero, mirando el reloj, recordó que tenía una cita en pocos minutos. — Mira, ahora no puedo hablar contigo, pero conozco una empresa que está contratando. Envía tu currículum, te daré el correo electrónico. Lo anotó rápidamente en un papel y se lo entregó a Celina. — Envíalo hoy mismo, ¿vale? Celina asintió, apretando el papel entre sus manos como si fuera una oportunidad para empezar de nuevo. Llegó a casa, cogió el portátil, envió el currículum y empezó a buscar trabajo. La primera semana fue frustrante. Envió currículums, hizo contactos, pero siempre recibía la misma respuesta: «Nos pondremos en contacto contigo en breve». Hasta que, tras dos semanas de búsqueda, su móvil vibró con un correo electrónico inesperado. «Estimada Celina Bernardes, nos gustaría concertar una entrevista para el puesto de secretaria ejecutiva en la empresa T&R Enterprises. Espere en recepción al día siguiente a las 9 de la mañana para que la acompañen a la presidencia». Su corazón se aceleró. Por fin una oportunidad. La empresa de la que le había hablado Tati la había llamado. A la mañana siguiente, Celina se arregló con cuidado, eligiendo un atuendo sobrio pero elegante. Se recogió el pelo en un moño bajo y se calzó unos discretos zapatos de tacón. Llegó a la empresa poco antes de las 9 de la mañana y se presentó en recepción. —Espere un momento, señora Bernardes. El presidente la recibirá en breve. Ella asintió, sintiendo un ligero cosquilleo en el estómago. Minutos después, la condujeron hasta una gran puerta doble. Cuando la secretaria la abrió para que entrara, Celina dio un paso adelante y levantó la vista. Y entonces, su corazón se detuvo.