Celina llegó a la casa de Tatiana con los ojos hundidos y el alma agotada. La fachada clara, con sus ventanas amplias y el jardín meticulosamente cuidado, contrastaba brutalmente con la oscuridad que ella cargaba por dentro. Roberto bajó del coche primero, arrastrando una maleta pesada. Tatiana apareció en la puerta, y su sonrisa habitual se desmoronó al ver la expresión de la amiga.
—Celina… —dijo, caminando rápido hacia ella—. Dios mío, ¿qué pasó? Estuve siguiendo todo el escándalo de los Miller, no dejé de ver las noticias. Y viéndote así, estoy segura de que tiene que ver con eso. Algo muy serio ocurrió. Ven, entra.
Tatiana la atrajo con un abrazo fuerte. El calor humano hizo que las lágrimas amenazaran con brotar otra vez, pero Celina resistió. Ya había llorado demasiado.
Se sentaron en la sala de estar, iluminada por una luz tenue y decorada con tonos cálidos. Roberto se acomodó en un sillón cercano, observándolas con un aire protector.
Celina respiró hondo, como quien necesita