Zoe asintió, limpiándose las lágrimas.
—No estás sola.
Celina sonrió por primera vez en horas.
—Lo sé. Y por eso todavía sigo en pie.
Pasado un tiempo, el timbre sonó. Zoe fue a atender. Era Roberto, de traje y con el semblante grave.
Celina apareció en el pasillo, con la maleta a su lado.
—Gracias por venir tan rápido.
—Cuéntame todo en el camino. Tatiana nos espera en casa.
Zoe corrió hacia Celina y la abrazó con fuerza.
—Ve con Dios, amiga mía. Vuelve pronto. Te esperaré. Vamos a estar en contacto.
Celina la apretó contra su pecho, luchando por no llorar otra vez.
—Volveré. Y cuando lo haga… nadie me va a callar. Amiga, guarda mis cosas en las maletas, por favor. Voy a entregar el apartamento. Cierra la puerta y quédate con las llaves. Con calma veré dónde coloco todo.
—Está bien. Me quedo aquí ocupándome de eso y no te preocupes, las llevaré a mi casa. Llamaré a Arthur para que me ayude —dijo Zoe enseguida.
—Está bien, amiga, gracias. Solo te pido que no le digas a Arthur a dónde