La habitación estaba tomada por un silencio denso, apenas un eco apagado de ausencia. Thor se detuvo frente a la cama, donde una maleta abierta mostraba ropa doblada, zapatos cuidadosamente guardados en bolsas y algunos objetos personales dejados atrás como una despedida muda, denunciando el final de una historia.
Su mirada se detuvo en un vestido en particular, y el pecho se le oprimió.
No era cualquier vestido.
Era ese vestido. El mismo que Celina había usado la noche en que el destino, entre tantas variables posibles, decidió unir sus vidas en un encuentro improbable, en un hotel cualquiera, donde todo había comenzado.
Una noche sin nombres, sin pasado, solo la intensidad del presente y una conexión inexplicable.
Thor se acercó como si estuviera frente a algo sagrado. Rozó el tejido con los dedos, siguiendo cada detalle de la costura, y luego lo llevó a su rostro. Sus ojos se cerraron en el instante en que el aroma familiar invadió sus sentidos: perfume, recuerdos, deseo y culpa.
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