Cuando salió de la ducha, tomó una toalla y la enrolló en la cintura. Luego se detuvo frente al lavabo de mármol, tomó la espuma de afeitar, la extendió sobre el rostro y comenzó a afeitarse con movimientos lentos, casi rituales. Cada pasada de la cuchilla sobre su piel parecía cortar también los lazos que aún lo ataban a una historia que ya no tenía sentido.
Cuando terminó, enjuagó el rostro, se secó con la toalla blanca al costado y volvió a mirarse en el espejo. El hombre reflejado allí ya no era el mismo. Algo en él había cambiado. Regresó al dormitorio, fue hasta el clóset. Se vistió despacio, con un traje impecable, colocó su reloj favorito. Se perfumó. Arregló el cabello con las manos.
Allí estaba. De pie. Listo.
Se miró una vez más en el espejo. La imagen reflejada ahora era la de un hombre que había sangrado por dentro, pero que elegía vivir. Que había decidido seguir adelante.
Thor respiró hondo, tomó las llaves del coche y salió. Tenía un día entero por delante. La empresa