Zoe caminaba a prisa por el pasillo de la empresa, con una ligera sonrisa en los labios y el celular ya en la mano. Era su hora de almuerzo y, como de costumbre, necesitaba compartir con Celina lo que le venía quemando el pecho desde el día anterior. No podía esperar ni un minuto más. Presionó el botón de llamada y llevó el teléfono al oído.
—¿Zoe, otra vez? —atendió Celina, riendo—. ¿Estás ocupada?
—¡Eso te pregunto yo, mujer! —replicó Zoe en tono animado—. ¿Estás ocupada? ¿Puedes hablar?
—No, acabo de dejar de escribir. Estaba preparando mi almuerzo, pero confieso que hoy no tengo mucha hambre... Me desperté medio mareada.
—Ih... ¿mareada? ¡Modo embarazada activado con éxito!
—Debe de ser algo que comí ayer y los bebés no lo aceptaron, o tal vez ansiedad, no sé. —respondió Celina, intentando minimizar—. Pero dime, ¿qué es esa voz tuya de quien está a punto de explotar?
—Amiga... —empezó Zoe, arrastrando la palabra como si fuera un suspenso de telenovela mexicana—. Iba a tu casa esta