Después de leer la respuesta de Tatiana, Celina bloqueó la pantalla del celular. Solo lo apretó contra la pierna, respirando hondo. Estaba lista. O, al menos, eso era lo que quería creer.
Se levantó de la silla con ligereza y fue hasta la pileta con el vaso en la mano, aún con el resto de su jugo de guayaba. Lo bebió de un trago, sintiendo el sabor dulce y familiar bajar por su garganta. A diferencia del café amargo que muchos tomaban por la mañana, Celina prefería algo más suave. Ese jugo era casi un ritual, como si conservara un rastro de la niña que había sido alguna vez.
Luego caminó hasta el baño. Se cepilló los dientes otra vez. Frente al espejo, acomodó el cabello recogido en un moño desordenado, revisó el delineado de los ojos y se retocó el labial rosado.
Fue al dormitorio, abrió el armario y tomó el bolso de cuero color caramelo que usaba en días más sobrios. Dentro ya estaban lo esencial: billetera, documentos, pañuelo, pastillas para las náuseas y un labial de repuesto. La