Celina desvió la mirada y respondió sin titubear:
—No. Y nunca lo sabrá. Mis hijos merecen un padre mejor. Él va a casarse con Isabela, y mis hijos terminarían siendo dejados de lado. No quiero eso para ellos.
—¿Estás segura de eso? —insistió Gabriel, preocupado.
—Sin la menor duda. No quiero que mis hijos sufran en manos de una madrastra desequilibrada. Así que sí, estoy absolutamente segura de mi decisión.
Gabriel miró el reloj y suspiró.
—No voy a poder quedarme más tiempo, por desgracia. Mañana tengo el día libre, pero un compromiso temprano. Y como ya te dije en el restaurante, después quiero darte toda la atención que necesites.
Celina sonrió, con el corazón cálido.
—Gracias, de verdad.
Zoe murmuró en voz baja, mientras terminaba la última copa de vino:
—Es un príncipe de verdad...
Gabriel se puso de pie, ajustó la chaqueta y miró a Celina con seriedad.
—Celina, necesito decirte algo, y quiero que lo pienses con calma esta noche.
Ella asintió, atenta.
—Recibí una oferta de traba