El salón principal de la gala San Marco relucía bajo una cúpula de luces doradas.
Los violines tejían una melodía suave entre el murmullo de las conversaciones y el tintinear de copas de cristal.
A un costado, discretamente apartado del resto, un hombre observaba desde las sombras del balcón superior.
Tenía un vaso de whisky en la mano, la mirada fría y calculadora.
El hijo de Vittorio Ferrer.
Sus ojos seguían cada movimiento de los San Marco con precisión quirúrgica.
El gesto altivo de Leandro, la sonrisa encantadora de Lissandro, el brillo de Anna…
Eran su próximo objetivo, y esa noche solo había venido a estudiar al enemigo.
En el salón, Leandro conversaba con algunos socios cuando la vio caminar hacia la mesa de bocadillos.
Luz.
Su vestido azul parecía hecho de cielo líquido y el zafiro en su cuello capturaba la luz como si tuviera vida propia.
Dejó su copa sobre la mesa y caminó hacia ella.
—Hola, Luz —saludó con una sonrisa cortés—. Estás muy hermosa esta noche.
—Hola, Leandro —