Cada momento que Lissandro tenía libre, cuando Anna dormía o descansaba, lo utilizaba para rastrear a Bruno.
Su obsesión crecía con cada segundo. Revisaba registros bancarios, movimientos de cuentas, llamadas, rutas de vuelo, todo.
Nada se escapaba a su control.
Incluso en las horas más silenciosas, su teléfono no dejaba de sonar: era Lucien, enviándole información. Paolo rastreaba transferencias. ShadowFox seguía pistas en la dark web.
Todos estaban involucrados. Todos sabían que no se trataba de una simple venganza: se trataba de Anna.
El despacho de la mansión San Marco se había convertido en un centro de operaciones.
Pantallas encendidas, mapas, fotografías, nombres tachados.
Lissandro no dormía más de un par de horas, solo lo suficiente para volver a verla y asegurarse de que seguía respirando tranquila.
Cada vez que abría los ojos y veía el rostro agotado de su esposa, juraba una vez más que Bruno Cossio pagaría con su vida.
Mientras tanto, en un avión privado que cruzaba el cie