Había pasado una hora desde el ingreso de Carmen.
El silencio del pasillo se rompía solo por el sonido distante de las máquinas y los pasos apurados del personal médico.
Isabella salió finalmente del área de diagnóstico, vestida con su bata blanca, el cabello recogido con precisión y los ojos marcados por el cansancio.
En cuanto Michelle, Joel y Armand la vieron, se pusieron de pie al instante.
El más alterado era Joel; su expresión mezclaba miedo y esperanza.
—¿Qué tiene? —preguntó con voz quebrada.
Isabella respiró hondo.
—Chicos… acompáñenme, por favor.
Los condujo por el pasillo hasta una oficina con paredes de vidrio. Dentro había varias pantallas mostrando tomografías cerebrales y dos médicos más observando los resultados. En el centro, una imagen en blanco y negro mostraba algo oscuro, pequeño, pero aterrador.
—Siéntense —pidió con suavidad.
Los tres hombres obedecieron. Los médicos se retiraron, quedando solo Lucciano y otro doctor.
—Ya conocen a Lucciano —dijo Isabella, inten