El auto negro se detuvo frente al orfanato. El aire olía a flores recién regadas y pan dulce, y el sonido de las risas infantiles llenaba el ambiente.
En el asiento del copiloto, Luz jugueteaba con sus dedos, intentando calmarse.
—Estoy nerviosa —murmuró—. No sé si… si voy a causar buena impresión.
Leandro, al volante, giró la cabeza hacia ella con su sonrisa ladeada.
—Tranquila —dijo con voz serena—. Todo saldrá bien. Vamos, te acompaño.
Luz respiró hondo y asintió.
El motor se apagó, las puertas se abrieron y, Leandro puso su mano en la espalda de Luz para guiarla, apenas pusieron un pie en el jardín del orfanato, una estampida de pequeñas figuras corrió hacia ellos.
—¡¡¡TÍO LISSANDROOOOO!!! —gritaron dos niñas al unísono, lanzándose contra las piernas de Leandro.
Él quedó completamente congelado, mirándolas con los ojos muy abiertos.
—¿Qué…?
Las niñas levantaron la mirada y fruncieron el ceño.
—¡Espera! —dijo una, observando a Luz con los ojos entrecerrados—. Ella no es tía Anna.
—