La habitación del hospital estaba bañada por la luz del mediodía.
El televisor murmuraba un noticiero sin importancia, mientras en la bandeja frente a Cristian humeaba un plato que él miraba con una expresión de sufrimiento digno de tragedia griega.
—No pienso comer eso —dijo con el ceño fruncido, señalando el plato con el tenedor—. Eso no es comida, es un castigo.
Luz, sentada frente a él, se cruzó de brazos con una sonrisa divertida.
—Es arroz blanco y pollo a la plancha, no es veneno.
—Sabe igual —refunfuñó, empujando el plato con el tenedor—. Antes de morir quiero algo decente, una pizza, una hamburguesa, un trozo de pastel... cualquier cosa con sabor.
—Cristian, te dispararon —le recordó, alzando una ceja—. No te rompiste una uña, además no te vas a morir.
—Justamente —replicó él—. Después de una hazaña heroica merezco comida de héroe, no de enfermo.
Luz suspiró, intentando mantener la compostura.
—Los héroes siguen las indicaciones médicas.
—Los héroes también tienen derecho a r