Lancelot extendió la mano para tocar su rostro.
—No… no… no digas eso… patrón… Dionisio…amor… yo solo… yo no puedo decirles la verdad de que soy gay… No ahora…me matarían… te desacreditarian… déjame… déjame estar a tu lado, por favor…y pensemos juntos como salir de esto.
Dionisio lo empujó con fuerza, golpeándolo en el pecho con la palma abierta. Quiso tener un hierro de ganado caliente y estampárselo en la lengua.
—¡Cállate! ¡Cállate ya! ¡Eres un maldito cobarde! ¡Yo si sé lo que debo hacer contigo!
Lancelot bajó la cabeza, apretando los labios con fuerza, manteniendo las lágrimas que ardían en sus ojos azules. Se siente como todo un maldito idiota. Y lo peor es que ahora está consciente de cómo se siente Dionisio.
Dionisio condujo más rápido, y en menos de quince minutos lo había dejado frente a su casa. Cuando Lancelot se bajó del vehículo pensaba dar la vuelta para hablar con él más calmadamente. Pero en cuanto se bajó, Dionisio pisó el acelerador hasta el fondo dejando detrás una