El silencio del campo se quebraba solo por el zumbido de los grillos y el viento suave que movía las ramas. Las luces del porche se habían apagado hacía rato, y la hacienda dormía en su quietud. Lancelot y Dionisio seguían allí, uno frente al otro, con el peso del momento suspendido entre ellos.
— Esto esto es un desastre.
Dionisio fue el primero en romper el espacio que los separaba. Lo tomó del cuello y lo besó con una mezcla de furia y ternura contenida. Lancelot respondió con la misma hambre, con el mismo temblor de quien había esperado demasiadas semanas.
El anillo brilló bajo la luz de la luna cuando Dionisio deslizó sus manos por su camisa, rompiendo el débil beso apenas para murmurar:
—Te juro que no sabes lo que haces conmigo...
—Lo sé —susurró Lancelot, sin dejarlo apartarse—. Y no quiero que se acabe nunca. Te he amado desde que era solo un adolescente y lo confundía con amor de hermanos...pero no te quiero como hermano porque te deseo también. Y quiero hacer cosas que no l