El amanecer trajo consigo un silencio tenso en la hacienda. Los trabajadores iban y venían con normalidad, pero Tina sentía que el aire pesaba distinto.
— Esto no puede ser posible— murmura mientras pela una cebolla.
Cada rincón le parecía cómplice de lo que había visto la noche anterior.
Lancelot y Dionisio estaban en la oficina, revisando unos documentos que el administrador de la fábrica había dejado el día anterior. Tina, con la bandeja de bocadillos entre las manos, respiró hondo antes de empujar la puerta.
Dentro, ambos parecían concentrados, demasiado cerca del uno del otro.
Lancelot se inclinó sobre el escritorio, mostrando un plano de la nueva extensión y Dionisio, sentado, lo observaba con una atención que a Tina no se le escapó, era casi... íntima.
La sirvienta presionó la bandeja con los dedos, sintiendo el peso de lo que sabía.
—Mierda...—murmura.
Su mente repitió las imágenes de la noche anterior, los sonidos, las voces.
Ahora todo no le parecía una farsa.
—Buenos días —