—¡Lancelot! —balbucea, llevándose una mano al pecho—. Yo… yo entré a limpiar y… se estaban cayendo los documentos, solo intentaba ordenarlos.
Lancelot avanza despacio, como un depredador acorralando a su presa. Sus ojos verdes no se apartan de ella.
—Ordenarlos? —repita, cargando la cabeza con desconfianza—. No sabía que limpiar significaba leer papeles confidenciales de la muerte del patrón.
Tina traga saliva, retrocede un paso, con las manos entrelazadas como si estuviera rezando.
—No mares tan quisquilloso. Yo solo… pensé que el viento había movido las hojas. No quiero problemas. Déjame pasar volveré luego.
Lancelot se acerca a lo suficiente para sentir el temblor en la respiración de la mujer. Sus labios se curvan en una sonrisa fría.
—Si vuelvo a encontrarte metiendo las narices donde no debes… —se inclina, susurrando en su oído—, créeme, Tina, tendrás más problemas de los que podrás soportar.
Ella asiente frenéticamente, recogiendo el trapo que había dejado en la silla.
—S-sí, L