La mañana siguiente a la cena en casa de los Del Valle, la empresa despertó con un escándalo en las redes.
Una nota publicada en un portal de chismes empresariales insinuaba que Román Del Valle sostenía una “relación inapropiada” con una de sus empleadas, y que su “cercanía” había desplazado a consultores con años de trayectoria, como los de TierraNova.
No decían mi nombre.
Pero las redes no tardaron en encontrarlo.
Una foto borrosa —captura de una cámara lejana, probablemente tomada desde un dron— mostraba a Román conversando conmigo en la obra, cerca del área restringida. En la imagen, él tenía la mano apoyada sobre una baranda, yo sostenía unos planos, pero se sobreponían de tal forma que parecía estarme sosteniendo, sumado a que muchos sabían que mi ex era Benjamín y podían sacar conclusiones de que las acusaciones contra TerraNova podían ser solo por despecho de una mujer ayudada por su nuevo amante. Por eso, la foto no era nada comprometedor… salvo para quien quisiera tergiversarlo.
Y sabían cómo hacerlo.
Eva me interceptó antes de que llegara a mi escritorio.
—No mires el correo. No abras redes. Román quiere verte.
—¿Ahora?
—Sí. Sala de reuniones privada.
Sentí el corazón acelerarse, pero no era miedo. Era el presentimiento de que esto no era un accidente.
Era una jugada.
***
Román estaba de pie junto a la ventana, con las persianas entreabiertas. Su chaqueta colgaba del respaldo de la silla. La camisa blanca tenía el primer botón desabrochado. En la mesa había una tablet con la noticia abierta en pantalla.
—¿Fuiste tú? —preguntó, sin rodeos.
—¿Qué?
—¿Fuiste tú quien envió esa foto?
Lo miré directo a los ojos.
—No. No necesito mentiras para hacerme notar.
Román observó mi rostro por varios segundos. Luego deslizó la tablet a un lado y se sentó.
—¿Sabes quién fue?
—Tengo una sospecha —respondí—. Pero sin pruebas, sería irresponsable acusar.
—La reportera que firmó la nota trabajó con Arriaga Group hace tres años. Está claro que esto fue una retaliación por lo de TierraNova.
—¿Y qué harás?
—Nada.
Me quedé en silencio.
Román se inclinó hacia adelante, los codos sobre la mesa.
—Isabella, en esta empresa no necesito víctimas. Necesito soldados. Y soldados no lloran cuando el enemigo lanza barro. Se limpian… y siguen avanzando.
—No he llorado —dije.
—Lo sé. Por eso me importa tu respuesta.
Se levantó y caminó hasta una caja metálica al costado de la sala. Sacó de ahí una carpeta negra con el logotipo del Proyecto Aurea en dorado.
—Esto es información confidencial del bloque tres. El diseño completo será tu responsabilidad. A partir de ahora, reportas directamente a mí.
Sentí un pequeño vértigo.
—¿Por qué yo?
—Porque Daniel presentó una propuesta mediocre, y tú viste una falla estructural en menos de treinta segundos en campo abierto. Porque sacaste dos carreras a la ves, arquitectura y la ingeniería por lo que eres mucho más integral. Y porque… a veces, la presión hace mejores diamantes.
Tomé la carpeta con ambas manos.
—Gracias.
—No me agradezcas. Haz que funcione.
Antes de salir, me detuve en la puerta.
—Román… ¿y si siguen atacando?
—Entonces responderemos con agresividad y abogados. Esto no es suficiente para desmontarnos y si es necesario advertir a mi competencia, construiré una torre más alta. Para que me vean mejor.
***
Volví a mi estación bajo la mirada de todos. Daniel fingía leer algo en su pantalla, pero sus nudillos blancos traicionaban su rabia. Pablo sonrió con discreción. Eva se limitó a pasarme una nota:
“Ahora estás en el radar. Ten cuidado.”
No necesitaba que me lo dijera, aquel ascenso no era una recompensa. Era una declaración de guerra.
***
Esa noche, mientras cenaba frente al portátil, revisé cada plano de la carpeta negra. El bloque tres sería un centro comunitario dentro del complejo: salas multiuso, biblioteca, guardería, espacio para talleres. Era ambicioso. Y estaba atrasado por la suspensión de TierraNova.
Trabajé hasta la madrugada, tomando notas, redibujando trazos, marcando errores menores.
A las 3:00 a.m., recibí un mensaje de un número desconocido:
“Eres buena. Pero estás jugando en un tablero que quema a los mejores.”
No decía quién era. Ni hacía falta.
Camila.
***
Al día siguiente, la noticia ya se había desvanecido bajo una nueva ola de escándalos mediáticos. La atención se dispersó. El ciclo había cumplido su curso, aun así, los efectos internos persistían.
En la cafetería, algunos cuchicheaban. Otros me observaban con una mezcla de curiosidad y cautela. Y entre todo ese murmullo, noté a Daniel hablando con una mujer rubia del equipo administrativo. Muy cerca. Muy en secreto.
Algo no encajaba, tomé nota mental.
***
En una reunión de coordinación, Román se mostró más enfocado que nunca. Repartió tareas, aprobó decisiones al instante, y dejó claro que el calendario no se movería por nada.
—Necesitamos planos definitivos del bloque tres en dos semanas. Isabella estará a cargo.
Las miradas se dirigieron a mí.
Camila, que no debía estar ahí, pero se había colado “como oyente”, levantó la mano con delicadeza.
—¿No sería más prudente que un arquitecto con experiencia previa liderara esa sección? Tal vez Daniel o incluso Eva.
Román la miró sin parpadear.
—Tú no trabajas aquí.
—Pero tengo derecho a opinar —dijo, con su sonrisa más encantadora.
—Y yo tengo derecho a ignorarte.
La sala quedó en silencio.
Camila se levantó, la dignidad intacta, pero los ojos encendidos.
Al pasar junto a mí, murmuró:
—Disfrútalo mientras dure.
***
Esa noche, mientras trabajaba en la maqueta 3D del bloque, encontré algo extraño.
Un archivo duplicado, el mismo plano. Mismo nombre. Pero con ligeras modificaciones. Una puerta de emergencia eliminada. Una salida de evacuación mal ubicada era sutil. Apenas visible. Pero suficiente para crear problemas legales graves.
Y ese archivo… tenía como autor a Daniel.
—¿Intentas sabotearme? —le pregunté al día siguiente, enfrentándolo en el pasillo.
—No sé de qué hablas —respondió con una sonrisa falsa.
—Una salida de emergencia mal ubicada puede costarnos millones.
—Ah, debió ser un error del sistema. Tú sabes… los softwares a veces hacen cosas raras.
—Ya lo envié al servidor central. Román lo verá.
Daniel palideció.
—¡No puedes hacer eso!
—Ya lo hice.
Se giró y se marchó sin decir nada más.
Yo no lo detendría. Él mismo se estaba destruyendo.
***
Más tarde, Román me llamó a su oficina.
—Buen trabajo.
—¿Por?
—Daniel renunció. Me dejó una nota con excusas. Tú le diste el empujón final. Pero él ya estaba cayendo solo.
—¿Y qué harás con su puesto?
—¿Quieres ocuparlo?
Lo pensé un segundo. Y negué con la cabeza.
—No todavía. Quiero terminar el bloque tres sin distracciones.
Román me observó con intensidad.
—Tú no viniste aquí por un trabajo cualquiera, ¿verdad?
—No —admití—. Quiero brillar con algo imponente y tu empresa es la mejor opción para evolucionar.
—Entonces tendrás que seguir mejorando, demostrar si realmente eres tan buena como para brilla.
—Lo haré.
Y lo haría.
Porque ahora sabía que las serpientes no eran mi único problema. Había ruido bajo la superficie, y yo estaba dispuesta a romper el suelo.