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El progreso del bloque tres iba por buen camino. Habíamos finalizado los planos estructurales y el equipo técnico ya comenzaba a ejecutar las primeras etapas de cimentación. Eva me daba reportes precisos, y Pablo, aunque algo torpe, funcionaba como un asistente dispuesto.

Yo me refugiaba en el trabajo. No por evasión, sino porque, por primera vez en mucho tiempo —en cualquier vida—, sentía que construía algo que no se derrumbaría bajo mis pies.

Pero había otra razón.

Durante los últimos días, había investigado en secreto el archivo de la constructora. Gracias a mi acceso a proyectos históricos, logré encontrar planos y registros de una antigua obra relacionada con Arriaga Group. El mismo proyecto en el que Benjamín me pidió ayuda hace un año.

El nombre era otro: Operación Altos del Sur. Una urbanización en un cerro inestable que jamás debió haber sido aprobado.

Y en los documentos adjuntos, encontré lo que buscaba: un reporte de geología falsificado. El informe original, firmado por una consultora ajena a TierraNova, alertaba sobre riesgo de derrumbe por lluvias.

El reporte publicado por los Arriaga omitía esas conclusiones. Presentaron otro documento, con la misma fecha, pero visiblemente manipulado.

Mi accidente ocurrió en ese mismo cerro. El camino que colapsó bajo nuestro auto era parte de esa urbanización.

No fue un error de ingeniería. Fue una negligencia y encubrimiento. Un delito por donde se mirará.

En mi vida anterior Benjamín me llevó por ahí a propósito, sabiendo que ese tramo estaba sin terminar, debilitado, sin señalizaciones.

¿Esperaba que muriera? ¿O solo quería asustarme?

Recordé los gritos, el sonido del vidrio rompiéndose, los ojos de Lucas, llenos de terror, buscando los míos, contuve las lágrimas.

Esta vez, yo tenía pruebas no lo suficientes para ir a un tribunal, pero sí para evitar que se construyera en el lugar.

***

Al día siguiente, entregué un sobre sellado a un mensajero privado, dirigido a una cuenta anónima que creé con la única finalidad de enviar información a un periodista que confiaba en el anonimato de sus fuentes: Patricio Mendoza.

Solo escribí una línea:

“Urbanización Altos del Sur. Compare los informes.”

Adjunté copias de ambos documentos.

La venganza no siempre se sirve fría, a veces, se cocina con precisión quirúrgica.

***

Esa tarde, mientras almorzábamos en el casino la empresa, Pablo me mostró su celular.

—¿Has visto esto?

En pantalla, una transmisión en vivo de un programa financiero mostraba a Benjamín Arriaga dando declaraciones a la prensa.

Vestía traje gris claro, con su mejor sonrisa. Las cámaras lo amaban. Su tono era el de una víctima elegante.

—“TierraNova siempre ha mantenido estándares éticos. Las recientes acusaciones son infundadas y responderemos por vías legales. Ciertas personas han intentado manchar mi nombre por motivos personales…” —decía.

—Qué hipócrita —masculló Eva a mi lado.

—Está nervioso —dije, sin apartar la vista.

—¿Por qué lo dices?

—Porque ya no tiene el control de la situación. Lo intenta recuperar a la fuerza, pero se le viene difícil.

Eva me miró de reojo.

—¿Fuiste tú quién filtró lo de Altos del Sur?

—No puedo confirmar ni negar esa información —sonreí, y le di un mordisco a mi empanada.

Pablo soltó una risa tensa.

—¿Esto va a explotar, no?

—Sí —respondí—. Y quiero estar en el lugar correcto cuando suceda.

***

Dos días después, Camila Nogueira regresó a escena.

Llegó a la oficina con una carpeta roja y la entregó directamente a Román.

Lo supe porque lo vi desde la ventana del pasillo.

Su expresión era seria, y ella sonreía como quien deja una bomba y espera para oír la explosión.

Minutos después, Eva me llamó.

—Román quiere verte. Sala privada.

Entré serena y con la barbilla en alto.

Román sostenía la carpeta entre las manos.

—¿Esto es cierto?

La carpeta contenía copias de mensajes falsificados. Supuestas conversaciones entre yo y un periodista donde “confesaba” haber manipulado archivos internos de Del Valle para perjudicar a TierraNova.

—No —respondí mirando el contenido de la carpeta en manos de Román—. Son falsos.

—¿Puedes probarlo?

—¿Puedes probar que no?

Román se tensó. Cerró la carpeta con fuerza.

—Camila los presentó como parte de una investigación independiente.

—Camila me odia porque… no lo sé, simplemente me odia, creo que me parezco demasiado a su fantasma personal.

—No es suficiente con decir que te odia.

—Entonces que se haga una auditoría. Revisen mis accesos, mis registros. Hablen con el equipo de sistemas. No tengo nada que ocultar.

—Lo haré —dijo, y se levantó.

—¿Dudas de mí?

—Dudo de todos —respondió con frialdad—. Pero te estoy dando la oportunidad de demostrar lo contrario es por eso que no has perdido tu trabajo.

—¿Y si hubiera sido cierto? —pregunté, sin saber por qué.

Román me miró, y por primera vez en mucho tiempo, su expresión fue una mezcla extraña de dureza… y decepción.

—Entonces me habría dolido más que viniendo de cualquier otro.

Salí de la sala con el corazón latiendo con fuerza. No de miedo. De furia.

Camila había cruzado la línea.

Y yo no pensaba perdonarla.

***

Esa noche, llamé a Eva. Le pedí reunirme en un café discreto, lejos de la empresa.

—¿Confías en mí? —le pregunté, sin rodeos.

—Sí. ¿Qué necesitas?

—Quiero saber quién en sistemas autorizó la entrega de esos registros falsos. Camila no tiene acceso a nuestras conversaciones. Alguien le dio entrada.

Eva asintió lentamente.

—Hablaré con Javier. Es el único que me debe un favor de verdad.

—Dile que no quiero que delate a nadie. Solo que me diga lo que vio.

Eva sonrió.

—Sabía que había una razón para seguir apostando por ti.

***

Al día siguiente, me llegó un correo anónimo desde el servidor interno. Solo tenía una palabra:

“Daniel.”

Me quedé helada.

Daniel, el arquitecto que supuestamente había renunciado tras su intento fallido de sabotaje.

Claro, seguramente me culparía porque quiere vengarse. Camila lo protegió y lo usó. Todo encajaba.

Ahora tenía dos enemigos más peligrosos de lo que pensaba… y un tiempo limitado para jugar mis cartas.

El tablero seguía en movimiento.

Pero yo también.

Y nadie —ni Camila, ni Benjamín, ni Daniel— sabían la jugada que estaba por venir.

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