El viento del mediodía levantaba polvo en la obra como si el terreno mismo protestara por ser domado. Caminaba junto a Román, Eva y un equipo técnico mientras inspeccionábamos los cimientos reforzados del ala sur del Proyecto Aurea.
Román hablaba poco, como siempre, pero sus ojos lo absorbían todo. Tenía una libreta pequeña en la que anotaba sin parar. No usaba celular, ni tablets. Le gustaba lo físico, lo tangible. “La tecnología puede fallar, pero el papel resiste”, decía.
—¿Qué opinas de esta sección? —me preguntó de pronto, señalando una estructura recién armada.
Me agaché y toqué uno de los soportes de acero. El anclaje estaba bien, pero noté una leve desviación en la cimentación.
—Dos centímetros fuera del eje norte —dije.
Daniel bufó.
—Eso es insignificante.
—Insignificante si se tratara de una glorieta. Esto será una torre de doce pisos —respondí, sin mirar a Daniel—. A la larga, puede generar asentamientos irregulares. Filtraciones. Daños estructurales.
Román me miró un segundo. Luego caminó hacia el ingeniero de campo y le murmuró algo. El hombre asintió, hizo una seña a los obreros, y en menos de un minuto detuvieron el trabajo en esa zona.
—Buen ojo —dijo Román, sin alzar la voz.
Daniel me lanzó una mirada cargada de rabia. Eva, en cambio, sonrió.
***
Esa tarde, recibimos un correo: estábamos invitados a una cena privada en la casa de campo de los Del Valle. Solo asistiría el equipo central del proyecto, más algunos socios clave. Era una tradición familiar de Román cada vez que un hito importante se cumplía.
—No es opcional —añadió Eva al entregarme la invitación impresa.
—¿Él vive ahí?
—No exactamente. Tiene varias residencias. Pero esa en particular... es especial. Fue donde vivió con su difunta esposa.
—¿Y ahora?
Eva me observó con una mirada que decía más de lo que revelaba.
—Ahora es un lugar que suele evitar, no tengo claro el por qué decidió hacer el evento en ese lugar.
***
La casa de campo estaba a las afueras de la ciudad, rodeada de pinos y un lago artificial. Era elegante pero sobria, sin excesos. La entrada estaba flanqueada por esculturas de hierro oxidado y un portón de madera negra que crujía al abrirse.
Cuando llegué, ya había varios autos estacionados. Un mayordomo me recibió con una sonrisa serena y me guio hasta el patio interior, donde una gran mesa de madera estaba dispuesta bajo un toldo de luces cálidas. Copas de cristal. Vajilla blanca. Vino servido con generosidad.
Román estaba de pie, hablando con un hombre mayor que no reconocí. Vestía camisa blanca, sin corbata, con las mangas arremangadas.
—Arquitecta Ferrer —dijo al verme—. Justo a tiempo.
Asentí con una sonrisa discreta.
—Gracias por la invitación.
—¿Vino?
—Solo un poco, por favor.
Al tomar mi copa, noté que alguien me observaba desde la otra punta del jardín. Una mujer de cabello castaño rojizo, recogido en un moño alto, con un vestido verde botella que le ceñía el cuerpo como una segunda piel. Piel bronceada. Ojos oscuros. Sonrisa afilada.
Se acercó caminando con la seguridad de una actriz que conoce bien su escenario.
—Román, querido —dijo, rozándole la mejilla con los labios—. ¿No vas a presentarme?
—Camila Nogueira, Isabella Ferrer. Arquitecta principal de la torre seis. Isabella, Camila es… colaboradora externa.
—Oh, no seas tan modesto —rio ella—. Soy amiga de la familia. Casi parte del mobiliario.
—Una figura decorativa entonces —repliqué con tono neutro, bebiendo un sorbo de vino.
Camila arqueó una ceja.
—¿Y tú, querida? ¿Desde cuándo en Del Valle?
—Tres semanas.
—Vaya. Avanzaste rápido. ¿Ya conoces todas las habitaciones? —preguntó con voz suave, pero cargada de insinuación.
—Solo las profesionales. Las personales no son parte de mis metas, pero tal vez tú las conozcas bien.
Camila entrecerró los ojos. Román, por su parte, pareció entretenido con el cruce.
—Camila lidera un proyecto con una fundación benéfica —intervino Eva, apareciendo como un salvavidas—. Aunque últimamente ha estado más cerca de las decisiones internas, ¿no es así?
—Es natural. Después de tantos años cerca de Román… uno quiere aportar —dijo Camila, tomando asiento a su lado.
La cena transcurrió con conversaciones cruzadas. Evité a Camila todo lo posible, pero ella no quitaba los ojos de encima. Román me observaba de cuando en cuando, como evaluando mi reacción.
Al terminar el postre, él se puso de pie.
—Gracias por venir. Hoy cerramos la primera etapa del Proyecto Aurea con un equipo sólido y comprometido. Algunos aquí llevan años. Otros, solo semanas. Pero todos tienen algo en común: Excelencia y visión.
Su mirada se detuvo un segundo en mí.
—Y para este proyecto, la visión es lo único que garantizará que dejemos algo duradero.
Hubo aplausos suaves. Camila también aplaudió, aunque con desgano.
Al terminar, Román se acercó a mí mientras los demás iban por más vino.
—¿Todo bien con Camila?
—Perfectamente. Me encantan las exposiciones de arte moderno. Sobre todo, cuando las esculturas intentan hablar y fracasan.
Román soltó una carcajada breve, poco común en él.
—Te advirtió, ¿cierto?
—No con palabras. Pero sí.
—No le prestes demasiada atención. Camila... cree que tiene derecho a todo lo que no se le ha dado.
—¿Y tú se lo das?
Él ladeó la cabeza, pensativo.
—A veces, la mejor forma de tener lejos a un enemigo es ponerlo frente a la chimenea, pero ella no es mi amiga, jamás ha formado parte de mi círculo cercano y menos aún de mi familia, creo que es una mujer delirante así que intenta evitar interaccionar con ella.
—¿Y yo? ¿Soy enemiga o aliada?
Román sostuvo la mirada unos segundos.
—Eso aún no lo decido.
Me dio una media sonrisa que no pude interpretar,
***
Antes de irme, fui al baño de la planta alta. El interior de la casa era distinto al estilo moderno de Román en la empresa. Este espacio tenía muebles antiguos, alfombras gruesas, marcos dorados y fotos.
En una de las repisas del pasillo, vi una imagen enmarcada: Román junto a una mujer joven, cabello negro suelto, sonrisa serena. Vestía un vestido de gasa blanca. Parecía un día de campo.
El parecido conmigo era… perturbador.
La esposa fallecida.
De pronto sentí una presencia a mi espalda.
—Eres igual a ella cuando era joven —dijo una voz suave.
Me giré. Camila estaba en el pasillo, apoyada contra la pared.
—Román está obsesionado con el pasado. No lo tomes como un halago. Solo eres un espejo.
—Los espejos no eligen lo que reflejan —respondí—. Pero sí pueden romperse si se los mira demasiado.
—Ten cuidado, Isabella. No todo lo que brilla en esta familia es oro. A veces lo que se sirve no es vino sino veneno.
—Gracias por el consejo. Aunque prefiero probar el vino yo misma.
Me alejé sin esperar más.
Camila era peligrosa. Inteligente y obsesionada. Una mezcla perfecta para la crueldad.
Tendría que mantenerla lejos y jamás confiar en ella.
***
Al llegar a mi departamento esa noche, no pude dormir. Demasiadas piezas sobre el tablero.
Camila.
Román.
Benjamín.
Yo.
Y una verdad enterrada que aún no encontraba, pero lo haría, lo sabía, porque las serpientes pueden ser venenosas, pero yo era fuego y había vuelto para arder.