La sala de reuniones se dispersó con rapidez. Algunos se acercaron a saludar a Benjamín, otros simplemente regresaron a sus tareas. Yo me dirigí directo a la Sala B. Necesitaba espacio. No para esconderme, sino para pensar tranquila.
No habían pasado ni cinco minutos cuando la puerta se abrió con brusquedad.
—¿Qué demonios haces aquí? —espetó Benjamín, cerrando la puerta detrás de él con tanta fuerza que tembló la pared de vidrio.
Me giré con lentitud, dejando el bolígrafo sobre el plano que revisaba.
—¿Disculpa?
—No me digas que no sabías que yo trabajaría en este proyecto. ¿Desapareciste por mí?
Su voz estaba cargada de indignación, pero yo conocía bien ese tono. No era dolor. Era control perdido.
—Benjamín, no desaparecí por ti —dije con frialdad—. Me fui por mí.
—¿Y ni siquiera un mensaje? ¡Una llamada! ¡Un “no quiero seguir contigo”! Después de todo lo que planeamos…
—¿Planear? —reí sin humor—. Tú planeabas. Yo solo seguía tus ideas porque pensaba que me amabas. Me equivoqué.
Su rostro se crispó.
—¿Te está pagando Román por esto? ¿Es una especie de chantaje? ¿Le contaste algo de… nosotros?
Me levanté despacio, apoyando las manos sobre la mesa.
—No necesito contarle a nadie lo que hiciste. Tarde o temprano, todo sale a la luz.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Significa que, si viniste a este proyecto esperando el mismo control de siempre, te equivocaste de escenario… y de víctima, no permitiré tus cosas turbias dañando a esta empresa.
Benjamín respiró hondo, como si contara hasta diez.
—Esto no se va a quedar así, Isabella. No puedes cruzarte en mi camino como si nada hubiera pasado. Tú y yo tenemos cuentas pendientes.
—No —le corregí—. Tú tienes deudas pendientes con la verdad. Yo solo vine a construir algo real.
La puerta volvió a abrirse. Eva se quedó en el umbral, con el ceño fruncido.
—¿Algún problema?
Benjamín enderezó la espalda.
—Ninguno —respondió sin mirarla. Luego me dirigió una última mirada cargada de amenaza—. Aún no has visto nada.
Y se marchó.
Eva me observó unos segundos más, pero no dijo nada. Cerró la puerta con suavidad.
Me dejé caer en la silla. El corazón aún me latía como tambor.
No iba a ser fácil.
Pero había resistido cosas peores. Y ahora, era más fuerte.
***
Las siguientes dos semanas pasaron entre planos, reuniones y tensiones apenas disimuladas. Benjamín y yo rara vez cruzábamos palabra, pero sus miradas eran punzantes. Sabía que él investigaba. Intentaba averiguar dónde había estado, con quién hablaba, qué pretendía.
Román, por su parte, no mostraba signos de sospecha… pero me observaba más de lo usual.
Una mañana, mientras revisábamos los cimientos del ala norte en una visita técnica, se detuvo a mi lado mientras Pablo y Daniel discutían una corrección.
—Arriaga parece conocerla bien —dijo sin preámbulos, Talvez Eva le comento los momentos tensos que tuvimos durante algunas jornadas.
No lo miré. Solo asentí levemente.
—¿Debería preocuparme por eso?
—No, tuvimos una relación en el pasado, pero así quedo, en el pasado y no afectara mi trabajo con la empresa ni con el Dr. Arriagada —respondí.
Román no dijo nada más. Pero el mensaje estaba claro: me vigilaba.
Y yo no lo culpaba.
***
La ocasión perfecta llegó en la tercera semana.
La consultora TierraNova, donde trabajaba Benjamín, debía presentar los informes preliminares del impacto ambiental de la primera etapa del Proyecto Aurea. Sabía, porque lo recordaba, que esos informes estaban manipulados.
En mi vida anterior, esa corrupción pasó desapercibida hasta que fue demasiado tarde. Esta vez, no lo permitiría.
Hackear sus archivos sería peligroso. Pero yo no necesitaba entrar. Solo hacer que alguien más sospechara.
Fue entonces cuando contacté a Patricio Mendoza, periodista ambiental al que solía seguir por redes. En la línea de tiempo anterior, él había denunciado años después irregularidades similares. Lo recordaba bien.
Le envié un mensaje anónimo con las palabras exactas que activaban su radar: “TierraNova falsifica datos de impacto. Proyecto costero. Busca el plano geotécnico 4B del informe de abril.”
El resto… lo haría él.
***
El escándalo estalló tres días después.
—¿Ya viste esto? —susurró Pablo, entrando en la sala con el celular en alto.
El portal de noticias ambientales más importante del país tenía en portada:
“Consultora estrella en la mira por falsificación de informes ambientales.”
La empresa TierraNova enfrenta denuncias por alterar datos en al menos tres proyectos costeros para beneficio propio, uno de ellos vinculado a una importante constructora de capital nacional. Además, el hermano del Sr. Benjamín esta siendo investigado por malversación de fondos.Aunque el nombre del Proyecto Aurea no era mencionado, todos sabíamos a qué se refería.
Román convocó a una reunión de emergencia.
—Hasta que se aclare la situación, la colaboración con TierraNova queda suspendida —dijo, mirando a cada miembro del equipo—. No permitiremos que este proyecto se manche por la incompetencia o corrupción de terceros.
Benjamín no estaba presente. Según se rumoreaba, había sido apartado “temporalmente” mientras su empresa respondía legalmente.
—¿Y ahora qué? —preguntó Daniel—. ¿Se reemplazará la consultoría?
—Sí. Estamos en proceso de contratación con el equipo que nos recomendó la universidad. Será más lento, pero más transparente —dijo Román.
Después de la reunión, él se acercó a mí.
—¿Tiene algo que decirme?
Lo miré con serenidad.
—¿Lo dice por Benjamín?
—Lo digo porque usted convenientemente rompió lazos con Benjamín y apareció en mi empresa justo antes de que su exnovio arruine mi proyecto.
—Le aseguro que mi presencia aquí no tiene nada que ver con TierraNova… no soy una amenaza.
—¿Entonces?
—Soy simplemente una mujer profesional que quiere un buen trabajo, estable, tener logros importantes y construir a lo grande. Cumpliré con cada una y mas de mis obligaciones, le prometo que se sorprenderá de mis capacidades.
Román frunció el ceño, como si no supiera si debía reprenderme o confiar.
—Ya veremos si cumple.
***
Esa noche, en mi departamento, me permití llorar.
No de tristeza. De alivio.
Había lanzado mi primera piedra y el castillo de Benjamín ya empezaba a resquebrajarse.
Sabía que no se iría tan fácil. Que intentaría regresar. Que buscaría aplastarme, hundirme, hacerme parecer la loca, la ingrata, la que “arruinó su vida”.
Pero esta vez, él no tenía el control.
Esta vez, yo tenía las piezas.
Y pensaba jugar hasta el final.