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Lunes, 08:15 a.m.

El edificio de Del Valle & Asociados era aún más imponente a plena luz del día. El vidrio reflejaba el sol como si se tratara de una estructura hecha de luz endurecida. Cada paso que daba al interior era un recordatorio de mi nueva vida: esta vez, estaba jugando en un tablero distinto.

Me habían asignado la Sala B, en el ala sur, un espacio compartido con otros tres arquitectos. El más joven, Pablo, no podía tener más de veinticuatro. Eva —no mi amiga, otra Eva— era una mujer de unos cincuenta, cabello canoso atado en un moño pulcro y mirada brillante. Y, por último, Daniel: arrogante, seguro, de esos que creen que las mujeres están para dueñas de casa y criar hijos.

—¿Primera vez en algo serio? —me dijo sin levantar la vista de su monitor.

—Primera vez trabajando con adultos, sí —respondí, sin sonreír.

Pablo se atragantó con el café. Eva me lanzó una mirada rápida, aprobatoria.

Román Del Valle no apareció hasta las once. Entró como una sombra poderosa, revisando planos, señalando errores. Pasó junto a mi estación sin detenerse, pero sus ojos verdes se fijaron en los planos que yo estudiaba. No dijo nada. Tampoco hizo falta. Su silencio pesaba más que cualquier comentario.

Antes de irse, se detuvo frente a Eva.

—Póngala a prueba —dijo, señalándome con un leve movimiento de cabeza.

Eva asintió sin titubear.

—Esta semana quiero tres propuestas para la torre seis. Planta baja, enfoque comunitario. No quiero otro lobby vacío. Sorpréndanme —añadió, y desapareció por el pasillo como si el aire se apartara a su paso.

***

A la hora de almuerzo, decidí quedarme en mi puesto. Había traído un sándwich de atún, tomate, lechuga y mayonesa envuelto en papel alusa y un termo de té. Mientras los demás salían, aproveché para estudiar los planos completos de Proyecto Aurea.

“En mi otra vida, esto ni siquiera fue noticia”, pensé.

Recordaba vagamente que Del Valle había estado vinculado a un desarrollo inmobiliario en la costa, pero los Arriaga hicieron campaña para boicotearlo. Usaron influencias políticas, medios de comunicación y hasta denuncias anónimas para frenar la obra. Ahora sabía por qué: este proyecto era monumental. Podía redefinir el estándar de vivienda del país.

Y yo iba a protegerlo.

Estaba tan absorta que no escuché los pasos hasta que sentí una presencia detrás de mí.

—No muchos empleados nuevos se quedan a trabajar durante el almuerzo —dijo una voz grave.

Román.

Me giré despacio, manteniendo la compostura.

—Los proyectos grandes no esperan, ¿cierto?

Él ladeó la cabeza apenas.

—¿Sabe qué buscaba mi esposa en cada diseño? —preguntó.

—No.

—Una línea curva. Sostenía que toda estructura necesita una imperfección natural. Si todo es ángulo y recta, el ojo se cansa. El alma se apaga. Esa era la opinión de mi mujer.

—¿Y usted? ¿Está de acuerdo?

—Yo creo que el alma no tiene cabida en los planos. Pero... he aprendido a ceder en algunas cosas.

Me sostuvo la mirada por unos segundos más. Después, giró sobre sus talones y se marchó, pero antes de desaparecer soltó_ -Ingeniera, le recomiendo que te limpies la boca, la tienes llena de mayonesa.

Me puse roja y no pude evitar sonreír.

***

Esa noche, revisé mi agenda. Aún recordaba varios detalles del pasado que podrían darme ventaja:

El 24 de mayo, los Arriaga presentarían un megaproyecto ilegal en una reserva natural. Si podía filtrar esos planos antes de que lo encubrieran, lo detendría.

En julio, el hermano menor de Benjamín sería arrestado por lavado de dinero. Esta vez, tal vez podía acelerar ese proceso.

Mi mente vaga al momento de mi muerte. Yo había sentido cómo el vehículo se deslizaba de forma intencionada, como si alguien hubiera planeado que ese viaje no tuviera retorno.

Lucas.

Toqué mi vientre vacío.

No había día que no pensara en él.

Esta vez, viviría por los dos.

***

El viernes, a las 5:47 p.m., entregué mis tres propuestas.

Una incorporaba elementos de jardín vertical, otra trabajaba la luz natural con cristales inclinados, y la tercera… era un concepto inspirado en la forma de una espiral de caracol: una curva continua que representaba el movimiento y la comunidad.

Eva me miró en silencio durante varios minutos. Al final, dejó los planos sobre su escritorio y dijo:

—Bien. No creí que destacaras, pero… eres diferente, me encanta tu propuesta y definitivamente nos será útil.

—Gracias.

—Pero ten cuidado con que se te suban los humos a la cabeza, estas recién comenzando tu carrera y no querrás toparte con un bache gigante en el camino.

No lo dijo como amenaza, sentí que era un consejo sabio y sincero.

***

El lunes siguiente, nos convocaron a una reunión general en el salón de presentaciones. El equipo completo de Proyecto Aurea, unos treinta entre ingenieros, arquitectos y asistentes, ocupábamos la primera fila. Román apareció acompañado de dos personas.

Una era el director de obra.

La otra…

Mi sangre se congeló.

Benjamín Arriaga.

No. No, no, no. No tan pronto.

Vestía un traje azul marino, el cabello más corto que como lo recordaba, pero la sonrisa era la misma: segura, encantadora, manipuladora.

—Buenos días. Mi nombre es Benjamín Arriaga. Estoy aquí como representante de Consultoría TierraNova, empresa colaboradora en evaluación de impacto ambiental. Trabajaremos codo a codo con los equipos técnicos.

Román asintió con el ceño fruncido ya que el consejo directivo lo impuso.

Al ver a ese patán casi me da una crisis de pánico, ya no podía respirar.

Benjamín estaba aquí. Conmigo. A metros de distancia.

Mi cuerpo quería gritar, correr, vomitar. Pero me obligué a quedarme sentada. Me hice consciente de mi respiración intentando calmar mi mente, necesitaba ser de hielo.

—¿Alguien quiere hacer preguntas? —dijo Román.

Benjamín aprovechó.

—Quizá podríamos comenzar con una ronda de presentación. Me gustaría conocer a quienes llevarán adelante este magnífico proyecto.

Uno por uno, fuimos presentándonos. Cuando llegó mi turno, me puse de pie.

—Isabella Ferrer. Arquitecta e ingeniera. Responsable de la torre seis.

Benjamín parpadeó. No me había visto antes y ahora sus ojos se abrieron con sorpresa y luego con furia contenida. Por supuesto que me reconocía. Al parecer había estado buscándome durante semanas. Desde que corté todo contacto, cambié de número, de dirección, desaparecí sin explicaciones. Sin despedidas.

—Isabella… —murmuró con incredulidad—. ¿Tú trabajas aquí?

—Eso parece —respondí con una expresión neutra.

Me senté sin añadir más.

Su mirada ardía sobre mí. No de deseo. De confusión, de orgullo herido.

Perfecto.

Que se inquiete y que se joda, la mujer frente a él ya no se arrastraba tras él.

Yo había vuelto. Y esta vez, él no sabría lo que le golpeó.

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