19

Al caer la noche, la mansión se sintió menos casa y más fortaleza. Aun así, una fortaleza con luz tibia. Eva se acomodó en el sofá con su portátil, Román se instaló junto a la ventana con un cuaderno y yo abrí mi libreta de trazos. Dibujé la plaza interior, otra vez, pero ahora la pensé como un lugar donde la gente se ve y se comprende, no donde se esconde. Añadí una línea curva que conectaba dos bancos que antes estaban separados por capricho. Un puente mínimo en el dibujo. Un acuerdo secreto conmigo misma.

—¿Qué es eso? —preguntó Román, acercándose.

—Una costura —respondí—. A veces basta con coser dos orillas para que el viento cambie de sonido.

—¿Y en la vida?

—También.

Se quedó mirando. Sus dedos rozaron el borde del papel luego tocando mi mano.

—Mañana tendrás que declarar otra vez —dijo—. Reyes quiere que todo quede documentado antes de la siguiente jugada.

—Lo haré —respondí.

—Y dormirás en mi habitación — añadió, sin admitir réplica.

—No pienso discutirlo —concedí instantáneam
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