Tres días después, Camila reapareció en escena.
Eva me llamó desde el estacionamiento subterráneo.
—No entres a la oficina todavía —susurró—. Camila está aquí. Con Benjamín.
Corrí hasta la ventana del segundo piso. Allí estaban, hablando con dos hombres de traje oscuro, cerca del acceso lateral. Camila reía. Benjamín gesticulaba. Un tercer hombre recibía un sobre.
Román entró en la oficina en ese momento. Al ver mi expresión, se acercó rápido.
—¿Qué ocurre?
—Míralos.
Él se asomó, frunciendo el ceño. Tomó su teléfono.
—Hoy no cruzan esa puerta. No mientras yo esté aquí.
—¿Qué crees que planean?
Román giró hacia mí, serio.
—Algo grande. Y no contra mí.
—¿Contra Aurea?
Negó.
—Contra, pero mientras no tengamos una base sólida para acusarlos por el atentado que sufriste, solo podemos esperar a ser más inteligentes en lo que viene.
Esa noche, mi celular vibró mientras revisaba redes sociales.
Un número oculto.
—No te escondas detrás de Román, Isabella —la voz de Benjamín era un veneno suave