68. RESPIRO Y PLAN
CIELO
Hay tres cuerpos inmóviles sobre la fría madera: hombres en paños menores, atados y amordazados, como los muestran en las películas. Al principio pienso en la forzada calma de la escena —¿Jaime los dejó así?—, pero no me da tiempo a imaginar nada más cuando algo enorme aparece donde esperaba ver a Jaime. Un lobo. Grande, de pelaje marrón claro, ojos amarillos que brillan como brasas. Eriza el pelo, gruñe con ese sonido que atraviesa el pecho. No siento miedo; lo reconozco en el instante preciso en que su mandíbula se tensa. Iván Felipe Ortega. No podría ser nadie más. ¿Qué hace aquí?
A mi lado, Lord Marcus palidece. Le luce esa expresión de pavor. Nunca se había visto mejor: sus labios tiemblan, sus manos buscan el filo de una valentía que no encuentra. Detrás de mí se oye el clic seco de las armas: dos hombres, preparados, apuntando, con la intención de matar a quien sin duda consideran una bestia. El olor del metal y la humedad de la madera hacen que mi estómago se cierre. No