58. LA DETERMINACIÓN DE LORENZO
LORENZO
Aunque el sudor me corría por la frente cuando crucé las puertas de la mansión de mi padre, tenía dos objetivos muy claros en mente.
El primero, hablar con la señorita Odeth y, si la fortuna me sonreía, extenderle mi mano y recibir la suya. Un gesto simple en apariencia, pero decisivo para mí. El segundo, enfrentar al duque, mi padre.
Toda la noche anterior me lo repetí: pedir a la señorita Odeth que me acepte como compañero de vida no podía ser un error. No lo era. Lo que siento junto a ella no es fuego que consume, sino un fluir sereno, constante, que me da paz. No puedo nombrarlo aún, pero sé que es bueno, y que es real. Solo temo que para ella no lo sea. Que todo esto no sea más que ilusión mía. Pero si ella acepta… si me dice que sí… entonces podré protegerla.
Confieso que esperaba un ambiente hostil por mi súbita desaparición de la velada anterior. Preparé mis defensas para miradas de reproche y preguntas incómodas. Pero lo que encontré fue infinitamente peor: mi padre e