37. ¿QUIÉN LA CRIÓ?
Aunque el anciano aún no se da por vencido, he perfeccionado el arte de disuadirlo. Si hay trucos para encender el deseo, también los hay para extinguirlo sin hacer mucho ruido. Afortunadamente, llegaron aquellos días del mes que se pintan de rojo, haciendo que por fin deje de dormir en el cuarto conjunto.
Aunque tener la cama para mí sola es bueno, la incomodidad que viven las mujeres de este lugar y época, no lo es.
Estoy casi en shock en el fondo de la mente de Elizabeth. Yo la salvé de la intimidad con el anciano ese, así que ahora es su tuno de devolverme el favor.
—Es una mala broma, ¿verdad? —pregunto con horror al ver que junta trapitos para usarlos como hallas higiénicas.
—Claro que no —afirma con naturalidad— esto es mucho mejor que ir ensuciando todo a nuestro paso. No me agrada sentir que la sangre se resbale por mis piernas.
Imaginar eso me generó repulsión y hasta náuseas.
—Contrólate —llama mi atención — o me harás vomitar.
Siento un nuevo respeto por las mujeres de est