Amaneció sin colores, con la claridad justa para ver el borde de la Gran Grieta. El campamento se movió en silencio: Kal revisó perímetro, los alados tomaron posiciones bajas, y Taren con Darel prepararon sal, cuarzo y obsidiana. Los humanos aseguraron cargas y camillas. Nadie pidió instrucciones: ya estaban dadas.
Adelia se apartó unos pasos, hacia un saliente que permitía ver la grieta en su amplitud. Si se inclinaba apenas, el abismo se abría en capas: terrazas oscuras descendiendo en espiral, huecos donde el aire parecía densificarse por puro miedo, paredes con vetas azuladas que palpitaban muy hondo, como si allá abajo hubiera un corazón. La piedra de Auren, tibia en su bolsita, vibró contra su cinto, un latido diminuto que acompañaba el de su propia muñeca.
Adelia asintió. Volvió al campamento. Pidió solo agua. Dio dos sorbos lentos, y la punzada que quedaba del mareo se disolvió como sal. La respiración de Ethan seguía estable; le humedeció los labios. Un nausea breve subió y b