El amanecer llegó sin canto de aves ni brisa fresca. El aire estaba denso, pesado, casi sólido. Adelia sintió un nudo en el estómago desde el momento en que abrió los ojos. Algo no estaba bien.
El grupo había avanzado dos días con el primer fragmento del cuarto sello en su poder. El terreno se había vuelto más agreste: colinas de piedra, grietas profundas y un silencio absoluto. Esa mañana, alguno de los lobos de habían partido a explorar los alrededores para cazar y conseguir provisiones. Adelia, Ethan, Kal y el resto del grupo reforzaban las defensas del campamento improvisado cuando ocurrió.
Primero fue un olor.
A hierro, ceniza y algo más… un aroma desconocido.
Luego, un crujido en el aire. No de ramas ni hojas, sino del espacio mismo rompiéndose.
De las grietas emergieron criaturas negras, densas como la noche sin luna, con extremidades delgadas como látigos y colmillos de obsidiana. Se movían con una velocidad aterradora. Kal apenas tuvo tiempo de aullar una orden antes de que l