Días después, descendieron por una garganta estrecha que conducía a la entrada del Laberinto. Las paredes eran de piedra negra, cubiertas de musgo plateado. Al llegar a la entrada, una puerta tallada con runas antiguas los esperaba. En su centro, un orbe brillaba con luz intermitente.
—Debemos hablar —dijo Adelia, acercándose al orbe.
La luz del orbe reaccionó a su presencia. Un halo de energía envolvió a todos y una voz etérea, ni masculina ni femenina, habló:
—Aquí se custodia el eco de la Verdad. Solo quienes la acepten podrán avanzar. Revelad aquello que nunca osasteis decir, ni siquiera a vuestro reflejo.
Uno a uno, los miembros del grupo se acercaron. Algunos hablaron de sus culpas, otros de sus temores más profundos.
Ethan dio un paso al frente, sus ojos brillaban con intensidad y su voz tembló apenas al comenzar: —Hubo alguien... una joven que me amó profundamente. Yo la amaba, pero no como mujer, yo la veía solo como una hermana menor. Era dulce, generosa, y siempre estuvo a