La salida del Laberinto de Ecos no fue gloriosa. El grupo emergió cubierto de heridas, con la piel marcada por las esquirlas de sombra que habían enfrentado dentro. Pero sus corazones latían con una fuerza renovada. Habían activado el segundo sello. Una victoria que sabían efímera, pero necesaria.
Adelia fue la última en salir del Laberinto de Ecos, su piel empapada en sudor y su energía tambaleante. Apenas puso un pie fuera del oscuro umbral, se arrodilló sobre la tierra, miró a todos sus compañeros y se levantó nuevamente para ayudar. Extendió las manos hacia los heridos. Canalizó su magia con ternura y precisión, tocando las heridas abiertas, cerrando cortes y limpiando rastros del Vacío.
Uno a uno, los guerreros cayeron en un silencio reverente mientras las llamas blancas de su energía envolvían sus cuerpos. Algunos lloraron. Otros solo inclinaron la cabeza en agradecimiento. Incluso los centinelas alados, orgullosos y estoicos, mostraron respeto.
Cuando todos estuvieron sanos, Ade