La marcha hacia las Montañas Susurrantes comenzó al día siguiente. El terreno cambió rápidamente. El bosque fue dando paso a colinas cubiertas de neblina y valles donde el viento cantaba en lenguas antiguas.
En uno de esos valles, se encontraron con un grupo de centinelas del aire: guerreros alados que juraron lealtad a los antiguos guardianes.
—Hemos sentido el despertar del sello —explicó su líder, una mujer de alas plateadas—. Y venimos a ofrecer nuestra ayuda.
Así, el grupo creció. Nuevas alianzas se forjaban a cada paso, y cada día traía consigo descubrimientos que tejían el mapa de lo que vendría. Runas olvidadas, ruinas escondidas, bestias que ahora se aliaban con los suyos, reconociendo la llama de la portadora del fuego.
Una noche, en una cueva, Adelia tuvo otra visión. Esta vez, la diosa Selene no estaba sola. La acompañaban figuras envueltas en luz que la nombraban como "Guardiana del Segundo Albor". Le hablaron del sacrificio que vendría. De una prueba que dividiría su alm