Los rayos dorados del amanecer se filtraban entre los riscos cuando Adelia, Ethan, Kal y los guerreros emergieron del lugar que les había servido de refugio tras la fuga de Esvedra.
Aún se sentía en el aire la tensión de la batalla reciente, pero también se percibía algo nuevo: una resolución renovada, una fuerza que nacía no solo de la victoria, sino del corazón compartido de quienes se habían enfrentado al poder de las ninfas.
Adelia sostenía la piedra de Auren entre sus manos, ahora resplandeciente con una luz blanca constante, como si la esencia misma de Selene la hubiera bendecido.
Su rostro reflejaba una serenidad extraña, como si en su interior se hubiese encendido una chispa de sabiduría ancestral. Sus poderes habían regresado, sí, pero lo más importante era que había recuperado también su confianza, su voluntad.
Kal dio la orden de partir al campamento principal. Los habían esperado, y era momento de reunirse con los demás.
Adelia había escuchado de labios de Kal que represen