Los aplausos y los gritos retumbaron. Adelia sintió un nudo en la garganta. Su nombre se había convertido en premio. Y, sin embargo, su alma estaba firme: sabía lo que quería y ese era Ethan.

Lucian apareció por uno de los arcos, envuelto en una capa de hojas verdes y orbes de agua flotando a su alrededor. Su rostro era solemne, y sus ojos brillaban con poder contenido. Desde el otro lado, Ethan emergió, sin armadura, solo con un cinto de cuero oscuro y sus tatuajes resplandecientes sobre la piel. Sus ojos buscaron los de Adelia, y ella, al encontrarlos, sintió una ola de fuerza reconfortante.

El combate comenzó con un estruendo.

Lucian golpeó primero, invocando raíces que emergieron del suelo con violencia. Ethan saltó, rodó y esquivó como una sombra. El aire se cargó de energía. Luego vino el agua. El rey agitó las manos, y columnas de líquido se alzaron como serpientes para envolver a su oponente. Ethan fue empujado, golpeado y casi arrastrado contra una de las columnas.

Pero se le