Cuando las puertas se abrieron, un grupo de ninfas anunció con voz melodiosa:
—¡Su Majestad, el Rey Lucian, ¡recibirá ahora a Adelia del mundo de la superficie!
El interior estaba bañado en una luz suave y cálida. Grandes columnas de piedra en forma de troncos sostenían el techo abovedado, y fuentes de agua clara burbujeaban a los lados como si la propia tierra respirara magia.
Lucian, el rey de las ninfas, esperaba en lo alto de una plataforma circular. Su sola presencia imponía respeto. De pie, con un porte impecable, vestía una túnica ligera en tonos verdes y dorados que acentuaba su piel bronceada y musculatura esculpida. Su cabello rubio caía hasta sus hombros en suaves ondas y sus ojos, de un verde intenso como las esmeraldas, brillaban con un fulgor que no parecía de este mundo.
Parecía tener unos veintinueve años, pero Adelia sabía que las ninfas podían vivir más de dos mil años. Aun así, se decía que el rey Lucian tenía solo trescientos años, joven aún entre los suyos,