El santuario era mucho más que un refugio: era un lugar donde las memorias y las historias se entrelazaban con la esperanza de un futuro. Cedric fue convocado a través de un pergamino mágico. Al llegar, fue recibido con una mezcla de asombro y alegría. Varios de los guardianes del santuario, hombres y mujeres de edades variadas, lo reconocieron de inmediato. Habían pasado décadas desde que lo habían visto por última vez, pero el viejo mago, con su andar encorvado y mirada sabia, era imposible de olvidar.
—¡Cedric! ¡Viejo sabio! —gritó un hombre alto, de barba castaña, que se abrió paso entre la multitud—. Pensamos que habías muerto en la explosión del Valle del Eco.
Cedric soltó una carcajada profunda.
—No tan fácil, Gravin. Todavía me deben esa última partida de dados —respondió con una sonrisa socarrona.
El abrazo entre ambos fue tan fuerte como si quisieran fundir los años de ausencia. Pronto, otros se acercaron: la sanadora Myriel, el guerrero sin brazo llamado Deren, y una ancian