La mañana siguiente trajo un cielo gris, cubierto por nubes cargadas de luvia, pero no era el clima lo que pesaba en el aire. Algo más profundo vibraba en la tierra: una advertencia, una anticipación de lo que estaba por venir.
Adelia se despertó envuelta en una manta de piel gruesa. Cerca de la fogata apagada, los lobos de la manada Escarcha de Sangre ya estaban en pie, en su forma humana, revisando armas, hablando en voz baja. Kal se mantenía aparte, observando el horizonte. Su porte era el de un lobo curtido por muchas guerras, pero sus ojos delataban otra cosa: sabía más de lo que decía.
—Dormiste poco —murmuró Ethan, acercándose con una taza de infusión caliente.
—Dormí lo suficiente. Pero no dejo de pensar en los demonios de anoche —respondió Adelia, tomando la taza—. Eran más organizados. Más… decididos.
—Justo por eso Kal quiere hablar contigo. Y conmigo.
Adelia frunció el ceño.
—¿Conmigo?
—Sí. Él sabe lo que soy.
Minutos después, sentados bajo el cobijo improvisado de ramas y