El silencio que siguió al cierre de la grieta no fue un alivio. Fue una ausencia. Como si el mundo contuviera el aliento… sin saber si debía exhalar en calma o en luto.
Adelia yacía de rodillas en medio del claro, cubierta de escarcha, con la caja de recuerdos aún entre sus manos. Sus ojos estaban abiertos, pero vacíos. Como si mirara un cielo que ya no reconocía.
Ethan corrió hacia ella, tomándola por los hombros.
—Adelia… ¿me oyes?
Ella parpadeó.
Lo miró.
Y frunció el ceño.
—¿Nos conocemos?
***
Tres días después, el pueblo de Aster intentaba volver a levantarse. Las casas quemadas fueron reconstruidas con ayuda de magia y manos voluntariosas. El bosque, herido por los ecos del Vacío, mostraba señales de brotes verdes. Pero lo que no podía reconstruirse tan fácilmente era la memoria de Adelia.
No recordaba a Ethan, ni a Cedric, ni siquiera a Marian. No recordaba su nombre completo, ni por qué tenía cicatrices en las palmas, ni por qué cada vez que veía la luna llena sentía un tirón e