El invierno comenzaba a retirarse, cediendo al deshielo. Las raíces emergían de la tierra y los primeros brotes de color verde rompían la monotonía del paisaje blanco. Sin embargo, algo en el aire se mantenía expectante.
Adelia caminaba por los bosques cercanos a Aster, sola. Desde que había recuperado parte de sus recuerdos, sentía una urgencia extraña por volver a los lugares que alguna vez conoció. El bosque, especialmente, la llamaba con una voz suave pero persistente.
Con cada paso, sentía la vibración del suelo, el canto de los árboles, el murmullo antiguo que se deslizaba entre las ramas. La magia latía con fuerza allí. No era peligrosa, no como antes. Era algo más profundo. Algo que reconocía en sus huesos.
—Sé lo que estás buscando —dijo una voz desde las sombras.
Era Marian. Lucía más tranquila, más centrada. Había empezado a sanar, aunque la conexión con Avenar aún la dejaba débil por momentos.
—¿Y qué estoy buscando? —preguntó Adelia.
—A ti misma.
Esa noche, Adelia subió a