Diego no era ingenuo.
Podía no conocer todos los detalles del pasado entre Valeria y Adrian, pero había algo que se le hacía imposible ignorar: la forma en que se miraban cuando creían que nadie los observaba… y la rapidez con la que desviaban la mirada cuando se descubrían.
No era deseo evidente. No era cercanía física.
Era algo más profundo. Más antiguo. Más peligroso.
Durante una reunión de seguimiento, Diego se detuvo a observarlos con atención. Adrian hablaba de cifras y plazos con su tono firme de siempre, pero cada vez que Valeria intervenía, su postura cambiaba apenas. Como si su cuerpo reaccionara antes que su mente.
Valeria, por su parte, permanecía profesional, distante, pero Diego notó algo que le inquietó: ella se tensaba cuando Adrian estaba cerca… y se relajaba cuando se alejaba.
Eso no era indiferencia. Era contención.
Cuando la reunión terminó, Diego se acercó a Valeria.
—¿Tienes un minuto? —preguntó.
Caminaron juntos por el pasillo, lejos de oídos ajenos.
—Quiero pre