Valeria no tomó la decisión de inmediato.
Lo pensó durante noches enteras, observando el techo de su habitación, escuchando el silencio que antes le parecía insoportable y que ahora empezaba a sentirse… suyo.
Salir con Diego no era una huida. Tampoco una venganza. Era un intento honesto de vivir algo sin miedo.
Cuando aceptó formalmente iniciar una relación con él, lo hizo con una condición clara:
—Quiero ir despacio —le dijo—. No vengo rota, pero sí cansada.
Diego no sonrió triunfante. No celebró.
—Eso es exactamente lo que quiero —respondió—. Caminar a tu ritmo.
Y por primera vez en mucho tiempo, Valeria sintió que nadie intentaba apurarla, marcarla, definirla.
---
Adrian, por su parte, tomó una decisión silenciosa.
No volvió a buscar a Valeria. No volvió a escribirle. No volvió a vigilarla.
Se quedó solo.
No porque no pudiera llenar su agenda de nombres, rostros y cuerpos, sino porque entendió que hacerlo sería traicionarse a sí mismo… y a ella.
Sin embargo, el mundo empresarial no