En el instante en que su madre le abrió la puerta, esta se puso a llorar de alegría. La abrazaba de una manera, que hizo que su corazón se condoliera por ella. Ya que su contacto hizo, sintió que su madre no era feliz. De manera inmediata, le preguntó por George, el hombre que era su pareja de segunda oportunidad.
El chofer del Alfa, no la llevó a su antigua casa. Si no a otra que era completamente desconocida para ella, por el hecho de que su madre se había casado con un hombre de negocios, agradeció que la tratara como bien. Al menos eso era lo que aparentaba.
—¿Y cuánto tiempo piensas quedarte? —quiso saber George, cortando su estofado de manera elegante.
—Un par de semanas, cuando mucho, ¿te incomoda mi presencia? —Astrea fue directa, y luego tomó un sorbo de su vino.
—¡Hija, por Dios!
El hombre se atragantó con la comida del disgusto y tosió, era obvio que no estaba acostumbrado a ser tratado de esa manera.
Astrea le dio su copa de vino, para que recuperara.
—Entiendo que tú y yo nunca tuvimos mucho trato, pero somos adultos —dio un sorbo de su bebida—. Si no puedes soportar tenerme aquí un par de semanas, entonces este es el momento para decirlo, y me iré a otro lado —enarcó una ceja—. Vine a ver a mi madre, no a incomodarla.
—Eh… puedes quedarte el tiempo que desees, Astrea…
—No, ya no quiero…
—¡Astrea!
Puso su mano sobre la de su madre, y le sonrió para calmarla.
—No te preocupes, tengo suficiente dinero como para quedarme en un hotel —se levantó de la mesa, y miró a George—. Mamá no puedo quedarme para el postre, porque se me antoja un brownie de chocolate —chasqueó los dientes, y con una mirada de sarcasmo se giró al esposo de su madre—. ¿Sabías que algunas razas caninas no pueden comerlo?
—¡Mocosa insolente! —caminó hacia ella y le alzó la mano.
Inmediatamente, Astrea lo detuvo, le agarró el dedo meñique y lo hizo caer de rodillas. El hombre aullaba del dolor, no negó que aquello lo estaba disfrutando, se inclinó un poco hacia donde él.
—Espero que no le pongas un dedo encima a mi madre, porque te juro que te cortaré los huevos y te los haré comer al grill —le dijo muy cerca de su oído.
—¡Astrea, basta! —gritó su madre— ¡Déjalo ya!
Ella lo dejó caer al suelo, y su madre dio un paso.
—Nuestra antigua casa está disponible, las llaves están donde siempre —ella le dijo con voz nerviosa.
—¿Segura de que te quieres quedar? —Astrea no pudo evitar preguntar, puesto que le estaba transmitiendo cada uno de sus miedos y aquello era espeluznante.
—Siii —balbuceó.
—Mami, ya no soy la de antes —miró por encima del hombre de su madre, observando que Héctor era llevado por el personal de la casa—. Sé y puedo defenderte…
—Mañana hablaremos con calma, cariño —la abrazó, después de darle un beso le dio la espalda y fue a ver a su marido.
Astrea no le quedó de otra que poner su petate sobre su hombro y caminar. Sin embargo, uno de los choferes la alcanzó y la llevó hasta su antigua casa. Al bajarse el conductor la miró con cariño.
—A su madre le viene bien que usted haya regresado —le dio una sonrisa.
Ella hizo una mueca, porque lamentablemente no era por mucho tiempo.
—Gracias por traerme —se bajó del auto.
Fue directamente a donde escondían la llave, y abrió la puerta. De nuevo los recuerdos la invadieron, sacudió la cabeza para alejar esos recuerdos. Subió a su habitación y ahí si hicieron más fuertes, cerró los ojos y vio una foto que la hizo tragar grueso. Eran Wayne, Helen, Amara, ella y… Kael.
«¡Basta ya!», se regañó.
Comenzó a sacudir un poco el polvo de su habitación, y lavar el baño. Después de una media hora todo su espacio estaba decente, ya por la mañana se encargaría de acomodar lo demás.
Fue a la ducha y su cuerpo se relajó, aunque todavía estaba un poco tensa. Puesto que muchas emociones para un solo día. Salió del cuarto de baño, con una toalla corta sobre sus muslos, se quedó inmóvil cuando escuchó ruidos en el pasillo. Se puso una camiseta que le había robado a London, y que le quedaba encima de las rodillas. Sacó de su bolso uno de sus puñales, puesto que no llevaba consigo su arma de reglamento.
Salió de su habitación con paso sigiloso, pero de pronto fue llevada contra la pared. Un olor familiar inundó sus fosas nasales, pero esa vez era más espaciado, más maduro. No obstaste no le provocaba ningún sentimiento, solo el de sobrevivencia Fuera quien fuera, no era quién para irrumpir su casa de esa manera.
Luchó cuerpo a cuerpo con el hombre, parecía más bien una danza de poder. De ver quién dominaba primero. Con un movimiento diestro lo hizo caer, y justo cuando ella iba a dejar caer su cuchillo de caza, una mano la detuvo.
—¡Astrea, basta!
Gruñó, puesto que no era la primera vez que se lo decían esa noche.
—¿¡Tú?! —preguntó al reconocer la voz.