—Está muerto, ahora voy por tú —fueron las palabras de Bernard.
—¡Voy a acabar contigo de una vez por todas! — exclamó Astrea con rabia.
Puso las palmas de las manos y permitió al poder que fluyera en ella. El ambiente cambió enseguida, el cielo se volvió gris y las aves nocturnas alzaron su vuelo en busca de sus nidos. Se levantó y fue cuando entonces la seguridad de Bernard se hizo añicos.
—¡¿Qué?! —trató de dar un paso hacia atrás, pero Astrea alzó la mano y fue como si una fuerza invisible no lo dejara progresar y gritó alarmado: —¡¿Qué estás sucediendo?!
Astrea estaba envuelta en una luz blanca incandescente, sus ojos completamente plateados. Podía decirse que hasta unos diez centímetros más alta o tal vez era porque estaba flotando en el aire. Todo en ella emanaba energía, poder y sobre todo autoridad ancestral que ni siquiera sabía que poseía.
Quizás el dolor de saber que había perdido a su compañero, hizo que sus poderes por fin salieran a la luz. Aunque trataba de respirar