El guardia no tocó la puerta, eso significaba que tenía un alto rango. Sin embargo, Astrea le pareció que era solo un simple tonto arrogante.
—Alfa, aquí está la chica.
Alguien la empujó, pero ella no cayó al suelo como esperaban. Si no que les sonrió irónicamente y les mostró que sus cadenas estaban sueltas. Enseguida los hombres desenfundaron sus armas y le apuntaron.
—¡Por favor! —exclamó el Alfa— ¿Qué clase de modales tienen, caballeros?
Todavía estaban en silencio.
—Acércate, querida…
—¿Papá? —la voz del hijo del Alfa tenía un tono de advertencia.
Ella no se atrevía a mirar al hombre que estaba al lado del Alfa.
—Es una muy buena cosa que me hayas llamado hace dos días diciendo que vendría a la ciudad. Si no estos… —señaló a los hombres, incluyendo a su hijo—. Ya te hubieran matado.
Astrea le hizo una inclinación ce cabeza.
—Es lo menos que podía hacer…
—¿Una humana, papá?
—No nos gustan los desertores, hija —el Alfa le guiñó un ojo.
—En ese momento era necesario dejar Silverpine, Alfa Roland.
En el segundo que dijo aquello, lo lamento. Puesto que el ambiente se volvió un poco más caliente.
—¿Desertor? —demandó una voz— ¿Quién es esta mujer?
Ella dio un bufido muy poco femenino, se puso los mechones sueltos de su cabello, detrás de su oreja.
—Mi nombre es Astrea Cadwell.
En el instante en que pronunció su nombre, giro la cabeza para cruzar mirada con el hijo del Alfa, observó como su cara varonil se transfiguró por el disgusto.
—Vamos, Kael no seas tan gruñón —el Alfa Ronald trató de hacer más ligero el ambiente—. Sentemos, y conversemos un rato.
Para Astrea fue como recibir más descargas eléctricas, agradecía que su loba no hiciera acto de presencia, y tratara de acabar con su paz con aquello de las parejas y el apareamiento. Fue una hora de preguntas incómodas, y cuando les dijo cuál era su cargo en el ejército humano, creyó ver en los ojos de Kael un toque de fastidio, y en el de su padre admiración.
—No entiendo la razón por la cual te fuiste, según tu madre fue a estudiar en el extranjero. Pero nunca nos hizo saber que era en el mundo humano, y menos que entraras al ejército.
—Ella no lo sabía —hizo una mueca—, se enteró cuando llegué de la misión.
—¿Misión? —ambos hombres preguntaron a unísono.
—Sí, estuve durante siete meses en el medio oriente —los miró con cautela.
Se escuchó cuando Kael soltó una maldición y se levantó para prepararse un trago de whisky.
—En nuestra manada las mujeres son nuestro tesoro más valioso —escuchó al hijo del Alfa decir.
—Sí, me imagino —Astrea no pudo evitar burlarse.
Kael entrecerró los ojos hacia ella, pensaba decir algo.
—¿No tienes compañero? —preguntó con curiosidad el Alfa.
—No, y nunca lo tendré —respondió además de manera tajante con un toque de amargura—, fui rechazada sin ningún motivo.
—Pero…
—Alfa Roland, lamento lo que sucedió esta tarde —lo interrumpió—. Solo vine a la ciudad para visitar a mi madre, antes de irme a mi nueva unidad de trabajo.
—¿Piensas dejarnos nuevamente? —quiso saber el hombre mayor.
—Lamentablemente, tengo que cumplir con mi deber…
—Pero no eres humana, aunque es obvio que tu lobo aún está dormido —el Alfa trató de ser razonable—. Sabes bien que no perteneces a ese mundo.
—A este tampoco —susurró, y miró a los lados.
Pensaba decir algo más, pero en ese momento se abrió la puerta.
—Alfa, hemos desarmado el dron que fue derribado, pero no podemos obtener información de él.
Astrea no dejaba de mirar al recién llegado.
—¿Me permite verlo? —los interrumpió.
—Qué puede saber una mujer acerca de…
«Hombres, son tan idiotas en todas las especies», pensó.
—Yo no le dije que sabía algo, solo que me permitiera verlo.
Su voz fue tan firme que sorprendió a todos, y este miró al Alfa y a su hijo. Ambos le hicieron un asentimiento con la cabeza, para que le entregara el aparato.
—¿Me permite su abrecartas?
Fue Kael quien se lo entregó.
En seguida, Astrea comenzó a revisar, levantó la placa y sacó el chip. Se asustó cuando en ese instante el dron se activó. Masculló una maldición muy poca femenina y lanzó el aparato por la ventana sin importarle el vidrio. Segundos después, el dispositivo explotó, dejando a todos tirados en el piso, y Kael protegiendo a su padre.
Un grupo de hombres irrumpió en el despacho del Alfa, todos estaban sorprendidos.
—¿Alfas se encuentran bien? —preguntó uno de ellos.
Había olvidado que Kael sería el próximo Alfa de aquella manada, otra razón más para que esa fuera su última visita en Silverpine.
Minutos después que todos estaban más calmados, Astrea les explicó que aquel era un dron de guerra. Les entregó el microchip, le dijo tendrían que descodificarlo de manera inmediata, aunque ya no tenían peligro de que la información se perdiera.
Kael tuvo la intención de acercarse a ella, pero la forma en que lo miró lo hizo retroceder.
—Gracias, por ayudarnos con todo esto —el Alfa fue sincero—. Si hay algo en lo que te podamos ayudar, no dudes en decirlo.
—Quiero ir a casa, y ver a mi madre.