El hambre llegó primero. No era un hambre común, de esas que se calman con un bocadillo o una comida abundante. Era algo más primitivo, una sensación que nacía en lo más profundo de su ser y se extendía como una enredadera venenosa por cada rincón de su cuerpo. Eva se encontró despertando a medianoche, con la garganta seca y un vacío en el estómago que parecía un abismo.
Luego vino la fuerza. Esa mañana había roto el pomo de la puerta de su habitación sin esfuerzo alguno, como si fuera de papel. Sus músculos respondían con una potencia que nunca antes había experimentado. Era embriagador y aterrador a partes iguales.
Pero lo peor eran las visiones. Fragmentos de recuerdos que no le pertenecían. Una hoguera en medio de un claro del bosque. Mujeres bailando bajo la luna. Sangre derramada sobre piedras antiguas. Y siempre, siempre, el rostro de Lucian más joven, más vulnerable, mirándola con una mezcla de adoración y miedo.
—Está sucediendo más rápido de lo que pensaba —murmuró Lucian mi