El tercer beso fue diferente. No hubo dulzura ni contención, solo hambre y necesidad. Los labios de Lucian se fundieron con los de Eva como si buscaran algo más allá de la carne, más allá del deseo. Fue un beso que atravesó siglos, que desgarró el velo entre mundos.
Cuando se separaron, el aire de la habitación se volvió denso, casi irrespirable. Eva sintió un calor abrasador recorrer su cuerpo, como si la sangre en sus venas hubiera sido reemplazada por fuego líquido. Cayó de rodillas, con un grito ahogado en la garganta.
—¡Eva! —Lucian se arrodilló junto a ella, sosteniéndola mientras su cuerpo se convulsionaba.
La mansión entera pareció responder al dolor de Eva. Las paredes crujieron, los cristales de las ventanas vibraron, y las luces parpadearon hasta apagarse por completo. Solo quedó la luz de la luna que se filtraba por los ventanales, bañando la escena con un resplandor plateado y frío.
—Me quemo —susurró Eva, con la voz quebrada—. Por dentro... me estoy quemando.
Lucian obse