El manuscrito descansaba sobre la mesa de roble como una bestia dormida. Sus páginas amarillentas, quebradizas por el paso de los siglos, contenían palabras que parecían respirar bajo la tenue luz de las velas. Lucian pasó los dedos por encima del texto, sin atreverse a tocarlo directamente. Tres días habían transcurrido desde que lo encontraron en la biblioteca subterránea de la mansión, oculto tras un panel que solo se abría con sangre. Su sangre.
—"Y la llave deberá elegir entre romper el sello o abrir las puertas del infierno"—leyó en voz alta, su voz un susurro áspero en la quietud de la habitación—. "El tercer beso será decisión consciente, no accidente ni pasión ciega."
Eva se acercó por detrás, su presencia una llama que calentaba su espalda sin tocarlo. El aroma a jazmín y algo más primitivo, algo que solo ella poseía, inundó sus sentidos.
—¿Crees que soy yo? —preguntó ella, inclinándose sobre su hombro—. ¿La llave?
Lucian cerró los ojos. La proximidad de Eva era un tormento